SARA MILLEREY


Ayer leí una noticia que me estremeció. Debo confesar que leí y vi más de lo que debía, y las imagenes de este crimen me tienen perturbada. Sara Millerey, era una mujer trans que fue brutalmente golpeada por un grupo de hombres en Bello, Antioquia. Después de fracturar sus brazos y piernas la tiraron en una quebrada donde, increible de creer, fue víctima de más crueldad, pues la grabaron pero nadie la ayudó. Cuando los bomberos la encontraron aún estaba con vida, pero poco después se murió. 

A Sara, como a todas las demás mujeres víctimas de feminicidio, y transfeminicidio, la mataron no solo ese grupo de personas inconscientes e intolerantes que la golpearon, la mataron los miserables que la grabaron, y todos nosotros en la sociedad, por indolentes, por violentos, por omisión. 

Hace unos meses también publiqué una entrada que se relacionaba con un feminicio, uno que pasó en las narices del público en un centro comercial de Bogotá y que, además, estaba anunciado. 

No puede ser, no puede ser que las mujeres sigan siendo objeto de tanta sevicia. No puede ser. Las matan, las violan, las descuartizan, las meten en maletas, las entierran como objetos en cualquier lugar. Y esto sigue pasando y sigue pasando y sigue pasando. Lo que le pasó a Sara Millerey es indignante. Todos deberíamos estar manifestando nuestro dolor o indignación. Pero no, lo que hicimos fue ver el video y viralizar un contenido asqueroso y violento. 

Hace unos meses leí un libro brutal, de una escritora argentina que narra su experiencia como mujer trans en un pueblo de la Sierra Argentina, y luego como prostituta en un parque en Córdoba. EL libro me conmovió mucho, las imágenes mentales son fuertes, la violencia que narra es injusta. Pero pasa, y pasa, y pasa. Las Malas se llama el libro, y es sordido pero ilustrativo. No sé por qué llegaron estos temas a mi vida recientemente. Yo me vanagloriaba de no ser feminista y no saber nada de género, a pesar de la insistencia de Anita porque aprendiera a abrir la mente y viera el mundo fuera de mi crianza patriarcal caldense, boyacense. Después llegaron a mi vida Jenny y Judy, y cada una, incluída Anita por supuesto, me fueron ayudando a suavizar mi mirada, a ver mis propias conductas patriarcales y a entender mi profundo comportamiento machista. Por años acepté situaciones de violencia en una relación de pareja porque en mi esquema mental eso estaba bien, porque necesitaba un macho al lado. Tal vez todavía es así. Lo que sí sé, y agardezco a mis amigas por ello, es que pude comenzar a entender por qué un hombre trans tiene derecho a abortar y que eso no es ni mi desición ni debe ser motivo de opinión (menos aún si es violenta) en mi universo. 

La Diversidad es Inifinita, repite Glenda como un mantra. 

Cuando estuve trabajando en la mojana me cruce con un profesor de colegio muy joven que batallaba con los prejuicios de los demás docentes y de los padres de los estudiantes porque él tenía piercing y tantuajes y lo tildaban de marihuanero. El man era un ambientalista buena onda y comprometido que no dudo haya tenido que salir corriendo de ese pueblo. La diferencia en este país nos aterroriza, estamos acostumbrados a un deber ser de las cosas y bajo esa premisa nos hemos permitido el paramilitarismo y otros tipos de violencia. 

No puede ser que sigamos teniendo miradas tan obtusas.

Perdonanos Sara, donde quiera que estés. Nuestra ignorancia y nuestra indiferencia te costaron la vida. 



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