Plenitud


Plenitud, así se llama el conjunto de edificios donde vivió mi abuela paterna, mi tía Fanny, y los últimos años, mi tía Stella. Esa es la casa que se está cerrando con la reciente muerte de mi tío Roberto. Creo que a todos nos ha dado duro. Hoy mis primas han enviado por el grupo de Whatsapp - que parece ser el espacio que reemplazará nuestros encuentros familiares - una serie de videos de mis tías declamando poesías e historias que he oido desde niña. Hoy llegó una de la que tengo especiales recuerdos de mi tía Fanny, porque siempre la repetía en celebraciones familiares. Se trata de la historia de un comediante quien, vestido de civil, me parece que era un Mimo o un payaso, va en busca de los mejores médicos para tratar su tristeza. Todos le recomiendan que busque a un comediante que lograría sacarlo de ese estado depresivo, sin saber, que le estaban recomendando su propio show. Es una historia bien patética la verdad, con un tono muy dramático, pero que en la voz de mis tías a mi me evoca muy buenos recuerdos. Hoy, mientras la escuchaba, y con esta nostalgia que cargo encima, pensé que era una historia con un mensaje muy zen, muy cercano a lo que yo ando buscando para mi, y que no he podido alcanzar. 

En términos budistas se trata del estado de completitud. Ese en el que no dependemos de nada ni de nadie para ser felices. De eso se trata mi búsqueda, de lograr un equilibrio interior tan sólido que ni la más fuerte tormenta pueda sacarme de mi eje. Busco lograr,  al contrario del señor de la historia, que mi felicidad y mi tranquilidad dependan única y exclusivamente de mi. No solo porque siento que es una manera más "segura" de estar en el mundo, sino porque no quiero ponerle ese peso a nadie. Pero mi propósito me es esquivo, siento que estoy muy lejos de lograrlo. Tal vez tenga que irme al Nido del Tigre en Butan un tiempo para conseguir ese estado de iluminación, o, tal vez, solo deba tenerme paciencia. Depronto tengo que ponerme metas más alcanzables, algo así como las cosechas de mangos bajitos, esos de los que uno se satisface sin mayor esfuerzo. Tal vez no estoy tan lejos de lograrlo, pero mi mente está aún enganchada con el drama del apego. Yo les juro, con la sinceridad de mi alma, que yo no quiero necesitar de nadie para ser feliz. No quiero que mi bienestar y mi paz dependan de nada externo, porque, de verdad, pienso que ese es el camino más cercano a la insatisfacción. Pero la vida me pone a prueba, y por donde más me cuesta. Y no creo estar pasando la lección. 

Hoy vino mi mamá a mi casa. Ella se inventó el plan sin consultarme, y yo, que realmente no le dedico mucho tiempo, decidí aceptar su visita con amor y paciencia. Llegó, como toda una mamá, con una bolsa cargada de comida preparada por ella, con cosas que sabe que me gustan y que me convienen. Se ocupó de los floreros, pues en estos días Anita me trajo flores, y había que darles una retocada; se ocupó de remendar la cama de uno de mis perros, podamos unas plantas, batallamos con el piojo (que aún invade un espacio del jardín), y mientras la veía, con un paso un poco más lento, caminar conmigo por el barrio, me invadio un profundo amor y gratitud por tenerla en mi vida, tal cual es. Yo no le tengo mucha paciencia, y, de hecho, le tengo un poco de rabia por haberme transmitido tantos miedos e inseguridades cuando era yo tan niña; pero hoy la vi tan amorosa y presente, que no pude sentirme sino afortunada. Almorzamos bien, una comida sana, abundante y nutritiva. Cuando se fue, le di un abrazo honesto que me hizo sentir un breve impulso de llanto, tal cual como lo tengo ahora, pero no me lo permití. No me permito fácilmente el llanto, y eso lo entendí esta semana, que he llorado sin parar días y días. Además de tener una leve infección que me ha nublado un poco la visión en el ojo izquierdo, me la he pasado secandome los mocos y las lágrimas, pues toda la semana, pero en particular el jueves, no he parado de llorar. Tengo la cara algo hinchada por el llanto, le tuve que decir a mi mamá mentiras al respecto, y entendí que no me permito llorar con ella y mis hermanos, tal vez tampoco con algunas de mis tías maternas, porque he asumido, vaya uno a saber bien por qué, que mi rol de valiente en esta familia implica que no puedo permitirme ciertas cosas como la vulnerabilidad. 

Desde hace muchos años, muchos, vivo sola y me hago cargo de mi misma. He tenido varios maridos, que me han cuidado cada uno a su manera, pero nunca, nunca, les he permitido realmente ocuparse de mi. Esa es mi tarea, ocuparme de mi es mi tarea, y creo que la he entendido aveces mal. Me cuesta dejar que me acompañen, tal vez por eso siempre salgo corriendo de mis relaciones. Tal vez por eso llegan a mi vida personas que no están disponibles. Tal vez por eso no me quedé con Mauro, mi primer marido, con quién viví la historia de amor más bonita, porque no sé cómo dejarme acompañar. 

Escribir este blog es realmente un espacio de claridad y de desahogo. De verdad es un espacio muy íntimo, y no sé muchas veces ni quien lee estas entradas. Algunos de mis amigas y amigos más cercanos me cuentan sus impresiones, o cómo se ven reflejados en algunas de estas frases. En estos días, que me di cuenta que una persona en particular ha leído unas de estas entradas, tuve un momento de inseguridad (realmente han sido miles), y le pregunté a Carolina (porque su opinión me importa mucho, la admiro, y me siento más segura con su validación) si este blog era muy cursi. Repasé varias entradas y veo que hay muchas muy mal escritas, en algunas me pareció verme a mi misma de 15 años escribiendo un diario sentada en mi casa de La Arboleda. Repasé mis propias historias y reconozco una cosa, me importa demasiado todavía la validación de algunas personas para lograr la tranquilidad que ando buscando. Ahora que se está cerrando Plenitud, me acuerdo de miles de momentos en familia, con un clan que me hizo sentir muy segura y respaldada. Y ese era el rol de mi papá en mi vida, él era quien me acompañaba, sin juicios, y con bacanería. Me doy cuenta hoy, que el cierre de esa casa, las muertes de este año, la muerte de mi papá, y otros episodios de mi vida, son parte de las cosas que tengo que terminar de sanar para sentirme nuevamente sentada en mi centro. Por ahora, por hoy, lo reconozco, y realmente no lo abrazo con gusto, me siento como un periquito mojado después de un aguacero, mirando a ver que hacer y buscando la respuesta a la pregunta de por qué me ha costado tanto dejarme acompañar. Me acuerdo de un domingo, hace años, que por una pelea estúpida salí corriendo de la casa del "no novio" de ese momento, y me quedé sola a las 9 pm en la 64 con 7 en medio de un aguacero en Bogotá, sin un peso en el bolsillo y sin saber a donde ir. Esa sensación de desamparo aún me acompaña a ratos, hoy, por ejemplo. Y entiendo, que ni ese día, ni hoy, aún con su compañía y sus cuidados, mi mamá ha Sido un refugio seguro que me consuele, o en el que me pueda desahogar. Y suena horrible, es terriblemente incorrecto decirlo, pero parte de toda esta búsqueda viene de esa certeza. La casa de mi mamá no es mi lugar seguro, mi lugar seguro solo soy yo. Pero quiero aprender a dejarme acompañar sin salir corriendo como lo hice a los 18, cuando me fui de esa casa. Que vaina. Pero confío en mi, encontraré mis propias respuestas. 

La foto, representa todo lo que recuerdo y atesoro de Plenitud, una familia, mi clan.

Eso por hoy. Gracias a quienes leen esto sin juicios. 

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