Antecedentes: por qué llegué a Montes de María

En el año 2014 acepté una oferta de trabajo con una organización que se dedica a temas ambientales y productivos en la región de los Montes de María. La idea era pasar un par de días en campo y evaluar el desempeño de un proyecto que estaba en curso y ver sus posibilidades de replica y/o de ampliación. Nunca había trabajado en esta región, no la conocía y me generaba curiosidad. Como siempre me ha gustado recorrer el país y conocer más de las historias de la gente, oír de su propia voz la historia que han vivido, pues acepté encantada la oferta. Con esa expectativa llegué al pueblo en el mes de Junio, pensando en estar allí un par de días, hacer entrevistas, algunos recorridos y conocer la región. Al involucrarme en el proceso y asumir más responsabilidades, lo que era una visita de una semana, a lo sumo, se convirtió en un cambio total de vida para mí. La visita no fue de 5 días sino de 5 años. 

Al llegar al pueblo yo tenía una relación de pareja estable, muy bien organizada. Para el observador externo era una vida ideal, una pareja feliz y tranquila, que vivía en un barrio feliz y tranquilo, con una rutina de vida y trabajo feliz y tranquila y un perro hermoso, feliz y tranquilo. No quiero entrar en detalles de esta relación por respeto a esta persona, pero la realidad distaba por mucho de esta descripción. 

En este proyecto, a diferencia de mis otros trabajos , yo tenía la responsabilidad de desarrollar el proceso, por eso mi permanencia en terreno fue mucho más intensa que en otras ocasiones. Mi compromiso con este proceso trascendió los temas laborales y de cumplimiento pues tuve la oportunidad de involucrarme con estas comunidades, de compartir con ellos días y noches, de vivir con ellos sus preocupaciones y necesidades, y esto movió fibras importantes en mí. A pesar de las múltiples advertencias profesionales sobre la necesidad de mantener una prudente distancia y mantener la objetividad, yo me metí de cabeza en este territorio y los procesos que junto a la comunidad promovía y comencé poco a poco a perder los límites de mi vida personal. 

Reconozco las dificultades que esto trajo a mi vida, pero de esto no me arrepiento, aprendí más que en el resto de mi vida laboral y académica, y eso para mí es invaluable. Pero de lo que sí me arrepiento es de no haber visto con precaución los problemas que podía implicar involucrarse sentimentalmente con una persona del pueblo. Tal vez las señales las vi, seguramente las alarmas se prendieron y con toda seguridad mis amigas me lo advirtieron, pero yo me sentí como la potra zaina y me metí en el cuento de "caballo  viejo". Me convencí de que "cuando el amor llega así de esta manera uno no tiene la culpa..." Pero ahora, con tiempo, distancia y perspectiva, me doy cuenta que sí que hay culpa cuando no se toman decisiones funcionales para la propia vida. 


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