Coincidir

La vida siempre nos da sorpresas, y algunas veces estas son buenas coincidencias. La historia de esta entrada corresponde a una de esas cosas que nos pasan a las que decidimos llamar casualidad, destino, caos, como prefieran...este fin de semana en un momento lo llamamos accidente... y además de tener sentido, es una buena analogía para entenderla. 

Unos años después de terminar definitivamente la horrorosa relación con mi marido Montemariano, decidí una noche que ya estaba bueno de andar tan sola, y me suscribí a Tinder. Nunca lo había usado, me habían hablado de esa plataforma pero no me había atrevido a dar el paso. Me daba entre miedo y vergüenza usarla. Miedo por encontrar enfermos (y sí que los hay), vergüenza encontrarme a algún conocido del trabajo, en fin, pendejadas. Superé mi pendejada y cree un perfil en Tinder. Al no tener fotos mías en el teléfono acudí a Google y encontré un par de fotos viejas que acompañaban algún artículo o alguna referencia a mí en internet. Decidí usarlas a pesar de que estaban borrosas, no me importaba mucho lo que mostrara la foto - Cómo se nota que no sabía que estaba entrando en el mercado de la carne humana -. Pasé un rato tratando de entender la dinámica del asunto y en un momento, después de pasar por cosas horribles (El rey Guajiro merece un post para él solo, y esto lo podemos revisar después) llegué al perfil de una persona que con mucho orgullo mostraba su certificado de votación. Vestía en la foto una camiseta con el símbolo de un Superhéroe regional. No me pareció especialmente guapo, pero llamó mucho mi atención su descripción de perfil: Se refería a sí mismo como ateo, iconoclasta y feminista (entre otras varias pendejadas que me hicieron reír), y le di un like -así funciona esa plataforma, a la derecha das un visto favorable, a la izquierda desfavorable (así como en la política, según la "gente de bien") -.

Cuando le di like, me di cuenta que él me había dado un like también porque hicimos Match. Salió un aviso en mi celular, y muy pronto me escribió. Me saludó. Conversamos un rato. Muy rápidamente acordamos hablar por teléfono y no por la plataforma, y en poco tiempo hubo una conexión especial, de esas que no se dan todos los días. Por eso, tal vez, comencé esta historia diciendo que se trataba de la historia de un accidente, pues el hecho de coincidir, en el mismo momento y espacio con una persona que estaba a 160 km de distancia no parecía algo factible. Pero así pasó, Coincidimos. Hablamos mucho y a los pocos días nos conocimos. La conexión no era virtual, no era una ficción, era real. Había conexión y comenzamos rápidamente una historia que no tiene títulos oficiales pero que es la historia de Karen con … le llamaremos Sebastián. 

Sebastián es un hombre costeño, muy costeño en sus formas, pero nada costeño en su mentalidad. Creo yo que me encontré con alguien sensible: sensible a la naturaleza, a los demás seres humanos, a las situaciones que se viven en este platanal, a la injusticia, la desigualdad, las ironías, en fin... sensible, observador. Algo que no es muy común, como tampoco el hecho de tener una buena conversación fluida y además una fuerte atracción física.

La historia de esta coincidencia siguió avanzando en encuentros, diálogos, cercanía, sexo (mucho y buen sexo), charlas, caminatas, compartir, acompañarnos en estos días inciertos y difíciles para el mundo. Han sido días lindos y distintos, sobre todo para mí porque nunca me había puesto en la situación de vivir una relación sin pensar en el desenlace, y en la que se pone a prueba la búsqueda del amor sin apegos, la libertad y la capacidad de soltar, esa que tanto nos cuesta por las enseñanzas que llevamos del Malquerer. Las reglas de Sebastián fueron muy claras desde el principio: esto no se formaliza, no se le ponen títulos y no implica ningún tipo de exclusividad, amarre, atadura, compromiso, nada de eso. Es decir, nos vemos, nos disfrutamos y no esperamos que este tren tenga una estación de llegada. Esta coincidencia se trata de un viaje, de disfrutarlo, ver por las ventanas, poner buena música y dejarse llevar, sin expectativas. Algo totalmente opuesto a las relaciones que he vivio en las que la expectativa es el verdugo de la felicidad.

Aprender a vivir el amor así a mí suena ideal, suena tentador, suena a música suave, se siente como brisa fresca en la cara y me sabe a jugo de mango de azúcar... se siente como miel en la piel. Sabe a buen vino y es refrescante como el agua. Suena a música alegre, a pasos de baile descompasados (los míos, porque no sé bailar bachata), a risas y deleite del cuerpo. Suena bien y se vive mejor. Es un paso para entender la propia libertad y no querer, ni pretender, enjaular pájaros en redes de mentiras y sentimientos que hacen daño. Es un paso, un aprendizaje para mí, para aprender a disfrutar sin esperar poseer y retener, aprender el desapego y todas esas enseñanzas que han llegado a mí entre libros y conversaciones. Un medio para que la vida no sea un fin, sino un viaje de amor y tranquilidad. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Mujer incómoda

El día de mi santo

Plenitud