Santa Marta y la idea del amor...

Mi vida en Macondo comenzó hace muchos años. Tal vez por ser Colombiana soy parte de Macondo desde mi nacimiento. Pero, al ser de Bogotá, entiendo Macondo como ese espacio creado por la literatura de García Márquez donde vuelan mariposas amarillas y sucede el realismo mágico. Esto, en mi imaginario personal, pasa en el Caribe, y en particular, en la Costa Caribe Colombiana. 

Cuando era una niña pasaba mis vacaciones en Santa Marta. Yo soy de Bogotá (ya lo había dicho), de allá donde nos abrigamos y andamos encorvados buscando conservar el calor del cuerpo y mostrar la menor cantidad de piel que se pueda. Al menos era mi estilo. Las vacaciones se daban al final del año y duraban de uno a dos meses. Casi siempre las pasamos en compañía de familiares y amigos. Era uno de mis momentos favoritos del año. Me gustaban desde niña el mar, la playa, los colores del mar, el calor, el sabor del mango de azúcar y las paletas de kola. Mi cercanía con las personas de la región se reducía a algunos cortos encuentros con quienes ofrecían algún servicio, y a los amigos de mi papá que eran de la ciudad. Pero recuerdo que adoraba oír sus historias y su acento, me gustaban sus formas relajadas, el sabor de los fritos en la calle y oír tanta música y risas a mi alrededor. 

A los 17 años pasé una temporada más larga en el hostal de una amiga de mi tía, una mujer mayor, separada, también del centro del país. Para mis ojos adolescentes era una persona muy bella, muy hippie (y eso me hacía admirarla). Tenía un corazón abierto y una libertad que me encantaron desde el primer día que la conocí. El menor de sus hijos era un rompe corazones, moreno, de pelo largo, ojos amarillos y una sonrisa amplia. Su mejor amigo, de quien yo me enamoré, era un hombre alto y acuerpado, bronceado, hermoso, una aparición para una cachaquita ingenua. Me fui a una jornada de limpieza de playas del Tayrona con ellos dos y su grupo de compañeros de la Universidad donde estudiaban ingeniería pesquera. Me enamoré en esas playas, caminando en ese paisaje hermoso, fresco. Me enamoré de una idea que me persigue casi 30 años después.

Recuerdo con emoción ese día y esas vacaciones: un atardecer en la playa, el mar al fondo, las canciones del último disco del momento de Carlos Vives - el Amor de mi Tierra de fondo, mi enamorado, divino, contándome de qué color eran los ojos de las tortugas o cualquier estupidez que ni siquiera sé si sea cierta o no. Toda esa emoción me invadió y me hizo fijar en mi cabeza que el amor era ese  momento, ideal, perfecto, con un roce perfecto de sol en la piel y una pausa en la vida, como si nada más existiera.

Esa idea, esa imagen, que casi nunca en mi vida he vuelto a repetir, se fijo en mi cabeza como el momento ideal del amor, pero el amor y las parejas se tratan de más que esto. Y yo me demoré años en entenderlo. 

¿Será que ya lo entiendo?

Eso está por verse...

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