Historias de terror, Parte 1
Hoy, en mi terapia (que agradezco
y me hace tanto bien), recordé un episodio que presencié en uno de los pueblos
donde trabajé hace unos años. La historia tiene lugar en algún lugar de Macondo.
Ya había mencionado antes
cuanto me impresiona el tema de los embarazos adolescentes, y cómo me aterra el
hecho de que las mujeres tengan como principal (y en ocasiones única)
alternativa de vida tener marido e hijos, sin importar el orden de los
factores. En muchos casos el hijo llega para "retener" o "tener"
un marido. Es una suerte de garantía de que alguien se haga cargo de su
sostenimiento, el del hijo y el de la madre. Viviendo en estas zonas rurales de
Macondo pude conocer muchísimas historias (y no exagero en el ísimas)
de mujeres muy jóvenes, niñas incluso, que han parido antes de los 14 o 15 años
a su primer hijo. El patrón que pude identificar es el siguiente: la niña o
adolescente pare un hijo con un hombre con quien tiene una relación sentimental, y la garantía de tener una casa independiente de la casa familiar, o, de tener
un proveedor de comida y gastos básicos asegurados, es tener un pelado con esa persona. Sé que
esto suena caricaturesco, pero de ninguna manera es gracioso. La mujer, siendo
muy joven, muy pronto termina la relación con el hombre, y quienes se encargan
de los hijos suelen ser los abuelos. Estos abuelos, desbordados por las brechas
generacionales, el cansancio físico y mental, el agobio de la pobreza, y otras circunstancias,
se ven desbordados por la crianza del niño o niña y este queda a merced de la
misma suerte. Si es una mujer, seguramente tendrá un hijo muy joven y buscará
un marido que la sostenga. Las condiciones de ese sostenimiento mínimo son tan
tristes, pues no garantizan ni siquiera una buena alimentación, pero es un
mínimo, es una garantía de supervivencia. Así de triste es esta realidad.
Hay muchos matices y aspectos
para profundizar en esta rápida y atrevida descripción de algo que constituye
uno de los problemas fundamentales de los ciclos de pobreza de este país, pero,
como este no es un espacio de construcción académica sino un espacio de
reflexión, no quiero entrar en las minucias de la comprensión de este problema
social. Como persona, como ciudadana, sí me cuestiono por qué hemos fallado
tanto en el control del embarazo adolescente, pero esto es tema para otra
reflexión.
La historia que quiero contar
se enmarca en este contexto que describí. Es un ejemplo de una problemática
mucho más compleja, pero sale de allí.
Una adolescente de 16 años
cumplidos tuvo un bebé con su "marido" mototaxista. Su mamá acordó
con el muchacho que adolescente y bebé irían a vivir con él en una casa aparte.
Es decir, que ellos ya habían hecho familia y debían encargarse de sus vidas.
La bebé nació con muchos problemas de salud por la malnutrición de la madre y por
la posterior desnutrición suya pues la mamá se negó a darle leche materna. La
bebé se alimentaba con coladas de plátano y leche de vaca. Una noche de
diciembre, se dieron en el pueblo las tradicionales fiestas patronales y se
organizó un fandango. La pareja de jóvenes quería ir a la fiesta, pero, ante la
imposibilidad de encontrar quién cuidara a la criatura, el padre decidió que la
muchacha no tenía permiso de asistir al fandango, él, sin ninguna
consideración, ni la más mínima intuición de lo que se avecinaba, se fue muy
perfumado a bailar en la plaza principal.
En medio de la fiesta se formó
una gritería y el pánico acabó con el toque de la banda pues se habían prendido los
ranchos de varias casas en uno de los barrios del pueblo. Los vecinos lograron
controlar el fuego y encontraron que el origen del incendio había sido en la casa de la pareja de esta
historia. La muchacha, presa de la ira y la desesperación, decidió prenderle
fuego a la ropa de su marido, en venganza por no haberla llevado a la fiesta.
El fuego se salió de control y se incendiaron varias casas. La bebé, que estaba
junto al fuego, tuvo que ser llevada de urgencia al puesto de salud por asfixia. La madre
de la muchacha y el padre de la bebé fueron al puesto de salud donde tuvieron
un enfrentamiento con la enfermera, de allí, en medio de la pelea, se llevaron a la bebé en una ambulancia a un hospital de
mayor nivel en un pueblo cercano y el diagnóstico del médico de turno implicaba
trasladar al bebé de urgencia a una ciudad. Por alguna razón que desconozco,
los padres de la bebé decidieron firmar la salida voluntaria y llevarla de
vuelta a su casa, en moto, en la noche. Al día siguiente la bebé había muerto
por asfixia en el puesto de salud. Esta es una historia de terror, de principio
a fin, pues, la familia de la muchacha, y ella misma, decidieron quemar la
entrada del puesto de salud cuando les avisaron de la muerte de la niña.
Así se resuelven los problemas
en algunas de estas poblaciones, porque no existen otras herramientas para
lidiar con tanto dolor. No juzgo esta historia, solo la cuento porque hoy salió
a colación en medio de mi terapia, a propósito de la entrada anterior en la que
hablaba del miedo.
En esa entrada trataba de ver
mis miedos y entenderlos, y el ejercicio al escribir sobre el miedo es encontrar la manera de superarlos
para poder vivir más en el presente, sin anticiparme a la peor parte posible
(no real, posible) de una historia, sin vaticinar un holocausto en cualquier
circunstancia, sin crear profecías dramáticas. En esa entrada mencioné
que he vivido y recorrido varios lugares del país y que me he enfrentado a
situaciones como esta, en las que todo parece salirse de control, en las que
parece que nada tiene arreglo, en las que no se ven opciones de salida. Situaciones que, realmente, dan miedo, además de tristeza.
Traigo esta historia a colación
pues, en este ejercicio terapéutico, también entiendo que es un privilegio poder
emprender un camino de sanación y de trabajar en pro de la salud mental propia. En este país la salud mental es escaza, vivimos situaciones tan dramáticas que
muchas parecen inverosímiles, pero la realidad siempre supera a la
ficción. Y quiero confesar algo, después de terminar la relación con mi
marido montemariano, me enteré por sus hermanas que su mujer le quemó toda la
ropa que yo le había regalado.
Y así lidiamos con el miedo, unos con fuego, otros con historias, yo espero no terminar quemando un día este computador.
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