Adiós Papá

Amado padre mío...hoy te extraño en lo más profundo de mi alma. 

Después de acompañarte a trascender de este platanal donde vivimos, me diagnosticaron covid. Me sentía tan mal, no sé si era físico, emocional, espiritual, o todas juntas. Seguramente todas juntas. Mi mayor miedo, te lo confieso, era tu muerte, perder tu hermosa compañía y humanidad en este mundo, porque tu mano y tus palabras me dieron siempre seguridad y tranquilidad. Sentía que tenía, siempre, a quien acudir, con quien contar. Tu sabes por qué te lo digo. 

Una supuesta traición a la lealtad familiar me acercó más a ti, porque nos dio la oportunidad de tener y construir una relación de padre e hija por fuera de un lecho familiar, y por fuera de la intermediación de una madre. Tu eres mi papá, y yo soy tu hija, y allí no medio nadie. Tu me formaste y te agradezco, honro cada aprendizaje que llegó de ti. Me enseñaste, padre mío, a ser valiente y tranquila. Que lo haya aprendido está por verse, pero me lo quisiste enseñar y te prometo, adorado padre mío, que hago todo lo posible por vivir la vida sin tanto drama, sé que odiabas el drama. 

Que si soy valiente o no, que juzgue el que quiera darse ese lujo, solo cada uno en su trasegar sabe lo que es tragarse cada trago de agua, de café o de ron en su propio guargüero. No hay fórmulas de vida, no hay formulas para vivir la vida, y sin embargo sé que tu quisiste que viviera una vida menos novelera, menos dramática, más práctica. Lo siento padre, el otro porcentaje de genética y crianza han dejado en mí algo de topacio, pero gracias a ti tengo algo de perspectiva. 

Sé que valorabas la alegría, los momentos en familia y con amigos, las fiestas, las comidas, las paellas y los buenos tragos acompañados de buena música. La última vez que estuviste en Valledupar conmigo querías una ronera, y nos tomamos unos rones en la terraza, con Martha, y oímos música, y cantamos, y nos emborrachamos, y brindamos, sin saber, pero más importante, sin calcular, la impermanencia de la vida. Creo, sin temor a equivocarme, que tú mejor que nadie viviste la vida en el día a día, aprendiste a ser zen y viviste en coherencia. 

Eres mi papá, me formaste, soy parte de lo que eras en esta dimensión, soy un reflejo de lo que eras y eso lo honro y lo agradezco en este momento en que ya no estas. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mujer incómoda

El día de mi santo

Plenitud