Julio

Cuando llegué al pueblito Montemariano me ubiqué en la casa de la enfermera del pueblo quien alquilaba camas en habitaciones compartidas con otros expatriados Colombianos que nos arriesgamos a llegar a vivir a ese pueblito polvoriento. En la casa había dos perros, Julio y Vencedor (un perro Husky Siberiano que vivía con problemas de piel por el excesivo calor). Julio era un perro amarillo, criollo, amoroso como ningún otro ser que haya conocido. Julio era amor. Le pusieron Julio porque nació en ese mes y nadie lo cuidaba muy bien, le tiraban sobras del almuerzo de todos y de eso se alimentaba. Cuando yo llegué, como siempre he amado a los animales, me dediqué a ocuparme de él y otros 5 perros que vivían allí. Los alimenté, los vacuné e incluso los mandé operar para reducir el número de perritos abandonados en las calles, flacos, esqueletos tristes que recorren aún las calles de los pueblos de Macondo. Esa es una característica que nunca logré acomodar en mi corazón, el extremo descuido y maltrato con los animales y en particular con los perros. Intentaba, con mis cuidados, reducir el dolor de esos corazones. 

Me ocupé entonces de 6 perros, Julio era el lider de esa manada que me perseguía por el pueblo, que se orinaba en la oficina que tuvimos por unos años allí. Les quité las garrapatas una a una, les ofrecí lo que pude, pero solo pude ofrecerle una buena vida a esos perros por un tiempo, CApitán y Godzila siguen bajo mi cuidado.

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