Hace 8 años

Hoy llegué a Bogotá. Me recibió una ciudad con conato de paro de transporte, bloqueo por las motos, avisos de trancones... Salí del aeropuerto a una 26 vacía, con los hermosos cerros orientales iluminados por esa luz de las 4 de la tarde que embellece todo lo que toca, en esas ocasiones Bogotá se ve de colores brillantes, el verde del pasto es iridiscente. Me sentí profundamente agradecida de haber crecido viendo estas montañas. Me sentí tranquila. 
Por una situación compleja que está viviendo una de mis grandes amigas, estoy acompañando a su hija y vine a dormir a su casa. Después de dejar mis "motetes" bajé caminando de mi casa a la Soledad, este barrio donde viví por tantos años y que me trae tan buenos recuerdos. Caminando con ese solecito agradable pensé en mi vida hace 8 años y no con nostalgia, sino con cariño. Hace 8 años tenía yo una pareja muy estable, vivía sobre el Park way, muy bien acomodados, con el perro divino, el apartamento divino, el marido divino... Y yo con mi incomodidad interna que no podía explicar.
Comencé en ese entonces a ir a trabajar a Montes de María y conocí una versión de mí más aguerrida, más organizada, más decidida a hacer cosas grandes, y me fui quedando allá, fui abandonando la vida cómoda y perfecta de Bogotá. Fui descuidando ese hogar ante la mirada vigilante de mi mamá, y de la suegra. Las palabras angustiadas de mis tías a veces no me dejaban dormir, porque cómo era posible que yo estuviera pensando en dejar esa buena vida, cuando por fin me había organizado. Gracias a los buenos consejos de mi papá, el apoyo de varias de mis amigas y una certeza que no entendía, me fui de esa vida perfecta porque entendí que por ahí no era mi camino.
Hace 8 años terminé esa relación, le rompí el corazón a una persona maravillosa, espero que me haya perdonado, no por mí, por él... Yo aún me juzgo un poco por eso, pero cada vez me pesa menos y hoy más que nunca esa decisión tuvo mucho sentido... La vida me llevó dónde debía estar. 
Llegué a Macondo, he tenido dos relaciones de pareja con personajes macondianos, y he podido aprender en estos años de trabajo mucho más sobre la naturaleza y el suelo, de las personas que viven en el campo que lo que jamás hubiera aprendido en una Universidad. Mi formación me ha servido mucho para hacerme un criterio crítico, pero vivir el día a día en el Monte hizo de mí otra persona. Hoy me ví a mi misma caminar por estas calles como una mujer, no como una niña, como una mujer, valiente, tranquila, en proceso de construcción, con mucho que aprender por delante, con mucho camino por andar, me ví a mi misma más cercana a una mejor versión que en ese entonces, cuando estaba forzando mis pies a encajar en los zapatos de un personaje que no era el mío. 
Pido perdón a quien haya lastimado hace ocho años cuando lo dejé todo por irme a vivir a un cuarto en un pueblo polvoriento en la mitad del Monte. Pero esos años de mi vida han Sido de los mejores. 
Esta semana, Tomasa, una amiga que conocí en esa zona tan bella que es el Carmen de Bolívar, me escribió algo que me llenó el alma, me dijo que cuando veía los árboles que habíamos sembrado pensaba en mí y que eso era parte de mi huella. Me sentí tan agradecida, tanto Tomasa como la profe Modesta, Marcela y Diana, son mis amigas de la fraternidad Carmera que conformó María Clara, y por ese grupo le estoy inmensamente agradecida a ella y a las demás, porque veo en nosotras un grupo de mujeres tan fuertes y con tantas ganas de hacerse y hacerle a los demás un vida más digna y más linda que pensé, de esto es que quiero hablar con Lina mi sobrina y Con Úrsula mi cuasi sobrina que estoy cuidando ahora. Quiero contarles de lo que hacíamos con los campesinos para vender su miel, de cuánto aprendimos haciendo zanjas para recuperar suelos, de cómo nos inventamos talleres para hablar con todas estas personas y construir mejores maneras de vivir en el campo. No quiero hablarles de novelas de amor y de dolor, eso se acabó.
El amor que sea bonito. Que sea bonito mientras dure y que deje de ser cuando sea sufrido. 
Yo quiero hoy hablarle a las mujeres más jóvenes de cómo trabajamos con nuestras manos por este país y no de cómo nos maltrataron el ego y las viejas ideas del amor romántico. 
Viene una nueva era para mí, ya la huelo, huele a petricor, a verde fresco, a agua y nuevas historias. Gracias a mis amigas de La Fraternidad Carmera porque son para mí un ejemplo de vida.

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