Volver al Valle

Hay una canción que me gusta mucho, no sé quién la compuso, pero dice: " que lindo es volver al Valle, ver sus campos florecidos, de amores inolvidables y de entrañables amigos..." Así dice ese paseo vallenato. Hoy regresé al Valle, vine a un viaje de seguimiento de trabajo y al contrario de las últimas semanas viaje sola, sin el escudo de mis compañeros de trabajo o el apoyo incondicional de Viviana, viajé sola, y aterrizando tuve ganas de llorar. Volvió por un momento, no tan corto, esa sensación de ansiedad y de vacío que me empujó a irme de acá, a buscar refugio en mis montañas y en el frío de Bogotá, entre amigos y familia. Me sentí, aterrizando en el Valle, como los niños perdidos. La sensación es muy desagradable, no se la deseo a nadie, pero creo que no soy la única que la padece, es un conflicto de territorio, que si bien he entendido en mi terapia, se refiere a la necesidad de pertenecer a algún lado, a algún clan, en mi caso, la necesidad de pertenecer a una persona (o varias), de tener un hogar, una familia nuclear, cosa que no ha pasado, y creo que por buenas razones, pero que en mi subconsciente aún pesa como un piano cargado a cuestas subiendo al cerro de Monserrate. Esos miedos pesan y algunos días hasta duelen. El reto está, al parecer, en darle nombre y forma a esos demonios para empezar a hablar con ellos y entender qué es lo que nos quieren mostrar, a ver si algún día dejan de aparecer, o dejan de asustar, o dejan de ser tan feos, o a ver si dejan de incomodar. 

Hoy, caminando por Valledupar hacia el lugar donde me arreglan las uñas, a dos cuadras de la casa donde viví en esta ciudad, entendí que se me hacen insoportables los lugares compartidos con mis ex parejas. Encuentro doloroso y angustiante repasar las calles donde caminé con alguien a quién amé y con quien compartí un tramo de la vida, se me ha hecho difícil repasar lugares, comidas, sabores, olores que me recuerden a las personas a quienes he querido. Hoy lo entendí, nuevamente lo entendí. Siempre que termino una relación salgo corriendo de la escena, pues no soporto los recuerdos. Siempre me voy yo, de las casas, de las ciudades, de las vidas de las personas que he amado. Y aunque he logrado hacer buenas amistades con muchos de ellos, eso ha tomado tiempo, porque yo no soporto, al menos por un tiempo, lidiar con los recuerdos. Eso es algo que debo aprender a vivir sin tanto drama y tanto peso, resignificar las ciudades, las calles, los lugares. Los momentos ya tuvieron su significado en ese entonces, pero hoy, en el presente, cuando las personas a las que les di el poder de darle sentido a mi vida ya se han ido, pienso que todos los lugares y todos los momentos, de ahora en adelante, deben llenarse, primero que todo, de mí. 

El viernes pasado pasé una tarde espléndida con Glenda y su familia dando vueltas en Cedritos en un carro, era viernes y había trancones,  el momento fue perfecto y me sentí feliz, porque estaba yo muy presente compartiendo la tarde con personas que quiero y que me quieren. Y así la noche la pasé con amigos entrañables y al día siguiente con mi familia porque era el cumpleaños de Simón, y luego en casa de Eulalia con otros amigos que amo, y así, tuve un fin de semana pleno porque lo llene de mi presencia, cosa que no hago cuando me entrego en una relación y creo que por eso se me hace insoportable caminar o recorrer los lugares que me recuerden a un amor, porque en esas ocasiones estaba presente solo para el otro, ahí, en esos momentos faltaba yo, porque no estaba para mí. Estaba para él. Y ese vacío me da pánico, me llena los ojos de lágrimas y de nostalgias. Me pone a llorar, me da miedo, y hoy, también, me puso a escribir. Gracias a quienes leen estas palabras que me permiten desahogarme. 

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