Godzilla


Hace unos años, cuando me fui a trabajar al pueblito Montemariano, vivía la vida sin mucha consciencia sobre mí y sobre mis decisiones. Llegué allá sin saber qué me iba a encontrar. Era un territorio completamente desconocido pero del que había oído hablar. Había leído muchas noticias sobre su historia, pero ni siquiera podía imaginarlo. Llegué a ese pueblo en la mitad de los Montes de María, y allá conocí muchas versiones del amor, incluido el amor más grande y más genuino, el amor de mis perros. El primero que adopté fue a Julio, un amoroso ser amarillo, de cuerpo grande y orejas paradas que era el dueño del lugar. Julio, el macho alfa, se reprodujo hasta que yo decidí castrarlo. De sus muchos herederos hubo uno, Godzilla, que vivía en la casa de un señor que lo maltrataba y no lo alimentaba, que se robó toda mi atencion. Era un ser pequeñísimo y feo, con ojos tiernos y dientes grandes, y con un ímpetu en su ladrido que daba ya cuenta de su carácter. Era una bolita de piel sin mucho pelo, de menos de dos meses, que ladraba y alegaba amarrado a un palo de limón en el patio de una casa. En el patio del lado estaba mi oficina y yo me daba mañas para pasarle comida. Cuando lo soltaron, él buscó la manera de abrir un hueco por la cerca y pasaba el día pegado a mis pies. Se orinaba en los horcones del rancho y le ladraba a los demás perros pidiendo su lugar bajo mis piernas. No dejaba comer a Capitán, quien era un poco más grande, no dejaba acercar a los otros 5 que hacían parte de la manada que me acompañaba. Él supo, desde el primer día, que nuestras vidas estaban ligadas. Al dueño original de Godzilla le daba rabia que el perro prefiriera pasar el tiempo conmigo, y lo amarraba y encerraba, hasta que un día se cansó de ir contra la corriente. Yo le daba comida y lo cuidaba en el tiempo que pasaba en el pueblo y cada vez que venía a Bogotá, donde estaba mi casa, Godzilla quedaba en manos del destino de los perros de estos pueblos de Macondo, y teníamos que volver a empezar su recuperación. Cuando regresaba lo encontraba en los huesos, había que darle comida nutritiva, quitarle millones de garrapatas, desparasitarlo, y así, cada vez. Siempre he pensado que si la reencarnación es verdad, la gente hijueputa reencarna en perro en la costa. No hay nada más triste que el destino de esos perros raquíticos, hambrientos y tristes, apaleados por la gente, el hambre y mucha crueldad. 

Cuando decidí quedarme a vivir en el Pueblito, Godzilla se quedó conmigo y ya nunca nos volvimos a separar. Lo he cargado conmigo a cada lugar donde me ha llevado la vida, y ha viajado en avión más que muchas personas del Macondo que conozco. Para mí, desde que Godzilla está en mi vida, no es posible pensar en un lugar para vivir que no se acomode a sus necesidades. Me han molestado por vivir en función de ese perro, me han criticado por gastar más en él que en mí misma, me han jodido porque lo malcrié y es muy caprichoso. Me han señalado porque el pendejo perro es super protector y no logramos nunca dar un paseo sin que se quiera comer al mundo entero, es decir cualquier perro o persona que se me acerque. Donde quiera que hemos ido a vivir, Godzilla se ha vuelto un personaje del barrio por su carácter, dulce y mamón. Y a pesar de haber pagado varios balones y de haberme ganado muchos regaños en su nombre, donde nos hemos mudado siempre algún vecino y muchos amigos, terminan amando al gordito mamón. Es un animal dulce y amoroso, sobre todo conmigo, que soy el amor de su vida, y que pude, gracias a la vida, robárselo a ese dueño que lo maltrataba. Desde que lo tengo me he dedicado a cuidarlo y darle todo el amor que me cabe en el pecho. Me lo llevé un día sin permiso, y le dije al señor que lo había matado una moto, cosa que nunca me creyó. Ese animal amarillo, gordito y refunfuñón, ha sido la mejor compañía que me regaló la vida, el mejor protector y cuidador, porque nadie como él para acompañarme cuando me han dejado o he dejado a los maridos de turno, cuando me hicieron brujerías para quitarme al ser amado y cuando he estado enferma y deprimida. En los momentos de más tristeza, mi amado perro se acuesta en mis pies y me calma, me ayuda a dormir. Mil veces amanecimos abrazados cuidándonos el uno al otro, mil veces ese perro, gordito y Pelión, estuvo dispuesto a dar su vida por mí. 

Hoy me confirmaron que está invadido de cáncer, que su cuerpo no da pa´ mucho más, que está enfermo. Es mi turno de darlo todo por él, y con todo me refiero al acto de respeto y amor de optar por su paz y evitar su sufrimiento. Agradezco al universo por traer a Godzilla a mi vida, yo no lo rescaté, él me rescató a mí y me mostró que el amor genuino existe y es real. Te amo Godzilla. Honro tu vida y te entrego con amor al Universo. Gracias por esta última lección de respeto, amor y desapego. 

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