Virnoy, la niña de ojos tristes

Virnoy es una hermosa mujer Montemariana que conocí hace casi ocho años en mi primera llegada a estas tierras. Cuando la vi por primera vez, era la novia adolescente de Luis, otro pelado del pueblo, quien con otros de sus compañeros de once se convirtieron en pasantes del proyecto que estaba a mi cargo. Yo traté de meterle a esos jóvenes la idea de la conservación del bosque y la agroecologia en la cabeza, sin entender muy bien, desde mis privilegios, que esos muchachos estaban sobrepasando al promedio y que lo único que querían era graduarse y necesitaban las horas del trabajo social para lograrlo. Alcanzar ese título significaba, tal vez, mejorar por mucho sus condiciones de vida. Eso no fue necesariamente así, pero se graduaron y sobrepasaron las estadísticas de los terribles ciclos de la pobreza. Pero vuelvo a Virnoy. Ella era la novia del Luis, ella también se graduó ese año, pero ella no superó la media porque estaba embarazada. No sé en qué momento pasó, pero así fue, de repente dos adolescentes que querían cambiar sus vidas, eran responsables de criar a otro niño. Cuando lo supe me preocupé, pensé en ella y las miles de adolescentes que cada día quedan embarazadas y tienen bebés que no saben cómo criar, ni tienen cómo sostener. Virnoy, la niña de ojos tristes, caminaba con su pipa enorme y con los pasos cada vez más pesados por la cañada de arena del pueblo, bajo ese sol caliente, llevando en la mano la compra para hacer la comida de Luis y el resto de la familia. En estos pueblos de la costa la pobreza es tanta, que la gente se rebusca las monedas para completar las onzas de arroz, aceite, sal y azucar para armar un almuerzo. Cuando la vaina está buena se puede comprar "liga", es decir proteína, pero cuando no, toca llenar el estómago con lo que sea y distraer la cabeza con vallenatos a todo volumen y cerveza. Así iba Virnoy, con una bolsita con unas ramas de cilantro y cebolla, una bolsita de bolis con un poquitico de aceite, algo de arroz, dos o tres frutas, algo de azúcar. Nojoda, la pobreza es complicada, y si es complicada de ver cómo será vivirla. No quiero sonar amarillista, ni fatalista, no estoy caricaturizando una escena macondiana, la estoy describiendo, tratando de transmitir mi propia angustia al ver a esa niña caminar por esas calles con un futuro tan incierto y con otro en la barriga que va pa lo mismo. En fin. 

Pasaron algunos años y Virnoy tuvo el segundo bebé, la familia de los dos de alguna manera los apoyó y Luis se dedicó a trabajar en parcelas, sembrando, haciendo lo que se hace en su pueblo, sembrar maíz, yuca y tabaco, para después buscar a quien venderle la producción. Los peladitos fueron creciendo, y depronto un día me encontré a Virnoy en una reunión de un grupo de mujeres que se ha  encargado de hacer visible el delito de agresión sexual en el marco del conflicto para lograr una reparación especial para las mujeres que han sido víctimas de ese horror. No quise preguntar nada, no podría hacerlo, solo saber que la niña de ojos tristes hacía parte de este grupo me congeló la sangre, porque además de pasar por maltratos con su pareja, de no tener un peso para comprar una bolsa de champú, y tener dos niños a cargo sin saber muy bien cómo hacerlo ni tener los medios porque ya el Luis la había dejado, llevaba encima, además, el peso de semejante agresión. Hoy la ví, me saludó con un abrazo tan reconfortante y lleno de cariño que yo no había sentido hace rato. La abracé con el respeto y cariño que tengo por ella y por su historia. Hoy, que se conmemora el día de la no violencia contra la mujer, caminé un rato de la mano de estas mujeres en las calles polvorientas de este pueblo horroroso donde mi vida tiene tanto sentido. Luego de estar en la plaza nos fuimos a celebrar el reencuentro y vi a la niña de ojos tristes bailar champeta y reírse, porque ha logrado ir soltando cargas. Nos regalamos un par de brindis, una selfie, y una sonrisa sincera de despedida, porque hacemos parte de la vida de la otra, no por representar población objetivo e instituciones, sino porque somos dos personas que se encontraron en el camino y van aprendiendo de la vida y el camino de la otra. Esa niña de ojos tristes me devolvió hoy a mí a mi presente, porque unas horas antes estaba en un café abstraida en el computador llenando tablas, haciendo propuestas, pensando en términos de cooperación. Cuando terminé las tareas me pedí un mojito y me puse triste, vaya uno a saber por qué, o sí, pero no quiero contarlo. Me tomé el mojito rumiando ideas dañinas en mi cabeza hasta que me llamó este parche para que las encontrara en la plaza del pueblo. Ahí estaba Virnoy, y ahí se dio ese abrazo reparador. En ese pequeño instante nos regalamos mutuamente una mirada feliz. Cualquier cosa que yo pueda hacer para que esa niña sonría no tiene precio. Pero lo que más pesa hoy en esta historia es que ella me hizo hoy a mí feliz y me recordó la importancia de estar presente. No hay otra clave distinta, estar presente, sin pensar, sin imaginar, sin devolverse o adelantarse. Paciencia, presencia. Los nuevos mantras que entran al kit de herramientas. Andamos todos rotos, a medias, a veces incapaces de ver los dolores del otro o imaginando que somos los únicos que llevamos cargas, y somos capaces, aún en situaciones de extrema vulnerabilidad, de devolverle a alguien, que parece más fuerte, la cordura.

Cuando sentimos que nos devolvemos, y esto se lo dedicó a todas mis amigas, cuando sentimos que nos devolvemos, que echamos pa atrás, que estamos dando pasos en falso, en realidad no está pasando eso, estamos repasando el aprendizaje, porque no vamos pa´atrás, estamos dando saltos cuánticos en autonomía, presencia, consciencia, amor propio. Que vivan todas las formas de lucha para que podamos ser felices. Que vivan las hermanas Mirabal!.  



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