La Belleza

Hoy encontré un video viejo en YouTube en el que una niña le daba una moneda a un músico en la calle. El gesto de la niña desencadena el comienzo de un concierto impresionante en alguna plaza de una ciudad europea. Poco a poco salen muchos músicos a unirse a la interpretación del Himno de la Alegría. Ver esos vídeos siempre me emociona, me dan ganas de llorar, la música tiene un efecto maravilloso en el cuerpo y en el alma, despierta los sentidos a emociones bonitas. Viendo el video pensé en la importancia de llenar nuestras vidas de momentos y experiencias bellas, de rodearnos de belleza, de nutrir nuestro cuerpo con batidos ricos, y nuestra alma con bonitas sinfonías.

Pensé también en el entorno que rodea a los niños de este país maloliente. Yo amo mi país, no hay otro sitio donde quisiera vivir, o no en este momento, pero reconozco que este país es un pinche caos.

Pensé en la música que oyen los niños en mi Macondo: vallenatos machistas y reguetón que invita a usar a las mujeres como muñecas de plástico. Pensé en esas canciones infames que invitan a la codependencia emocional, que enseñan a perpetuar modelos de vida pasados de moda, incrustados en un modelo de vida colonial, patriarcal, decimonónico, hijueputa y desigual.

Los niños de la calle en la que viví por años, y en la que hoy otra vez habito ocasionalmente, juegan en la trocha destrozada que conduce a sus casas, o al lado del Cañito maloliente. Juegan desde hoy a la bola de candela en la calle, exponiéndose a un accidente con un carro, un camión, o con el fuego. No sé si ya conté esto alguna vez, pero recuerdo siempre una escena un mes de julio hace varios años, la imagen permanece en mi cabeza: estaba uno de mis vecinos preparando la bola de candela en la entrada de su casa, una terraza mal terminada y sin baranda de unos dos metros de altura hasta la calle, en la que juegan los bebés que comienzan a caminar. El niño de máximo dos años, paradito al lado de ese mini precipicio, miraba a su papá mojar trapos en una botella con acpm, que el bebé respiraba muy de cerca. El trapo empapado en combustible se mete en la bola que es una estructura redonda de alambre de púas que los niños y adultos borrachos patean durante todo el mes de julio, porque son las fiestas patronales del pueblo, y porque ajá. Esa es la belleza que respiran estos niños. Y no me las estoy dando de clasista con esta entrada, sé que hay mucha belleza en el entorno natural en el que viven, y que la yuca nueva es bella, y más si se come con suero y pasta de ajonjolí. Pero no hay que desconocer que nos hace falta mucho pelo pal moño en lo que a belleza se refiere. Crecer sin acueducto y alcantarillado está lejos de ser bello. Hay que reconocer que ver cómo se roban la plata de la escuela y la salud es aterrador, que ver a un papá violento y borracho golpear a la mamá es horrible, y que todo eso se acompaña con muy poca belleza para el alma. 

Hoy pensaba en cuanta falta hace esa escuela de música maravillosa que lideraba mi amigo Alfonso, hace falta su espíritu incansable para mostrar a esos niños la cara bella del mundo. Hace falta tanto para que alimentemos el alma de otras cosas y que podamos, de pronto, dejar de lado nuestra versión más violenta. Pero los recursos de la Escuela se los robó el alcalde de turno, para quien la belleza son sus nuevas casas construidas con recursos públicos robados, tapizadas de mármol de arriba abajo, donde podrá pagar casa por cárcel. En este país ser un político ladrón no significa nada, porque no hay castigos. En fin, falta mucho para que respiremos belleza, deberá ser por lo pronto un esfuerzo individual que procuraré compartir con quien más pueda. 


Nota: Hoy hace dos años se murió mi papá. Sabiamente Glenda me dijo, el día que le diagnosticaron el cáncer a mi padre, que nada me iba a preparar para la orfandad, y así fue. Dos años de un viaje a las profundidades más oscuras de mi ser, de enfrentar una puta tristeza sin prozac ni clonazepam, yendo en contra de las recomendaciones médicas. Tuve ganas de morirme varias veces. Pero acá estoy, comiéndome una pastica con berenjena que al bacán de mi papá le habría gustado, tomando un vino en su nombre, agradeciendo a la vida por su vida y por su compañía. Agradeciendo mi vida, cada minuto de ella. 

Glenda también me dijo que en unos dos años podría ver las cosas de otra manera, cuanta sabiduría en sus palabras. Han pasado dos años y ahora veo que el dolor es un camino de aprendizaje, de autoconocimiento, y de transformación. Acabo de comprar un pasaje, es la primera vez en la vida que hago algo así por mí y me siento rara y feliz. ¡Me voy de viaje, stay tunned!



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