El tiempo en Macondo

Estoy en el Caribe. Llegué anoche a hacer el trabajo correspondiente para poner el proyecto al día. Una de las cosas que me incomoda de estos proyectos de cooperación es la necesidad de pensar en hacer procesos medianamente bien hechos, y cumplir el rosario de entregables, indicadores y metas que le ponen a uno para garantizar que el trabajo se hizo, todo con plazos cortos y recursos moderados, al menos en esta ocasión. Pero en fin, esos son los gajes de este oficio. El caso es que anoche llegué a mi pueblito, y sentí que el tiempo no había pasado. Cambian pocas cosas después de tantos años, las calles siguen rotas, nada que se termina la obra del alcantarillado, las mismas caras en las mismas casas me sonríen desde las mismas mecedoras, tal vez estas un poco más gastadas, y un poco más ajadas las pieles de mis vecinos. Es como si el tiempo pasara a un ritmo más lento, o como si definitivamente no pasara. Lo que sí cambia es el número de niños por casa, porque las hijas que hace unos años eran niñas (no tantos) ahora son madres adolescentes. 

En la casa de la esquina del lugar donde siempre he vivido en este pueblo, vive una familia extremadamente pobre. Recuerdo que hace unos años, en una de mis crisis entre un contrato que se acaba y otro, preocupada por mi futuro y la alimentación de Godzila y Capitán, los veía desde la terraza y me preocupaba tanta pobreza y tanto descuido. Alguna vez, charlando con el que entonces era mi marido Montemariano, yo le contaba preocupada que no habían concretado la firma de mi siguiente contrato, y él me decía: "Tú, que tienes todo, que ni te has quedado sin trabajo un día de tu vida, andas pensando en el futuro. Y tu tocaya, allá, que va por el quinto pelado con el cuarto marido, anda más sonriente que tú".  
Y efectivamente así era. Y no quiero caricaturizar, pero mi tocaya, Karen Yeye, como le dicen en el barrio, en este momento va por el sétimo pelado, la niña más grande ya está viviendo con un marido y embarazada, a una de las pequeñas se la llevaron unos familiares a Barranquilla, y los demás juegan , junto con sus 200 primitos, en el borde de esta calle transitada, arriba del puente de Ramoncho. Los peladitos se multiplican y el tamaño de la casa se reduce cada vez más. El dueño del lote donde habían levantado su Casita de zinc, decidió construir su respectiva casona blanca de dos pisos y baldosas de porcelanato que brillan con el sol. Este señor, que es consciente en medio de todo de la imposibilidad de esta familia de tener un techo mejor, les dejó una esquinita del lote, y allí viven, y son cada vez más personas por milímetro cuadrado. En fin. Les decía que el tiempo parece que no pasara, la vida no cambia mucho, y la gente al parecer no quiere que cambien muchas cosas. El tiempo en Macondo se detiene, será por el sofocante calor, y se sienta junto a los demás a esperar que pase el solazo, que cada vez es más ardiente, y a que caiga la tarde, mientras nada cambia. 

Cambian los nombres de los políticos de turno, que seguirán robando como si ese fuera su deber. Cambian las campañas, pero son cada vez más patéticas y predecibles. Ellos mismos no quieren que nada cambie, porque les es cómodo vivir en estos feudos, olvidados de la mano de la justicia del Estado, que quien sabe a quien está cuidando. 
El tiempo pasa lento en Macondo, demasiado lento, y poco, muy poco cambia por acá. 
Y el tiempo significa, además, muchas cosas distintas, "ponerse de tiempo" es "entrar en celo", "se formó un tiempo" quiere decir que se agruparon unas nubes y se avecina la lluvia, y así, el tiempo significa muchas cosas, pero insisto, acá no pasa el tiempo, y eso como que entre me gusta y me aterra. 
 
Y, además, ¿para qué sirve el tiempo? 
En una película del Señor de los anillos Gandalf dice lo mismo que los budistas y el UCDM, el unico regalo que nos es dado es el tiempo, y tenemos la posibilidad de decidir lo que hacemos con él.... 




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