Mujer incómoda

Hoy fue un día raro, pesado, cansado. No me levanté tan temprano y tenía muchas cosas que hacer, así que no me rindió como debía. Tuve tres reuniones, luego tenía que ir a hacerme varios exámenes en la sede del Norte profundo de mi seguro médico, y luego hice 38 vueltas que tenía pendientes. Me moví en bus por la ciudad, definitivamente más barato y rápido que andar pagando taxis, aunque, eso sí, más incómodo. Una de las cosas que tenía que hacer era mi primera mamografía, un examen de rutina para las mujeres que, como yo, comenzamos una etapa de la vida que se llama "ique" la perimenopausia. El dichoso examen es bastante menos incómodo de lo que yo pensaba. Me habían dicho, como a muchas, que era doloroso, pero no, es realmente más raro lo que se siente entrar en esta edad, cuestionándose la puta vida entera, y sintiéndose, así como me siento yo, una mujer incómoda. Pensé todo el día en esta entrada, mientras iba en el bus, mientras caminaba, mientras sacaba a los perros, porque hay muchas cosas que quisiera decir y no sé si una sola entrada será suficiente. 

Hace unos días encontré la palabra incómoda para definir mi estado de ánimo actual. Pasó en una sesión colectiva de terapia que hice con unas amigas en mi nueva casa. Sandra, mi terapeuta de Bio, vino de viaje a Colombia y aprovechamos para tener varios espacios de encuentro. En esos días andaba yo en un episodio de "bloqueamiento" de espalda. Me ha pasado varias veces en la vida, y este año en particular los eventos han sido más recurrentes y dolorosos. Hay días en los que literalmente quedo tiesa con un estornudo, hay días que no me puedo levantar de la cama con facilidad, y así, el "bloqueamiento" le digo de cariño. Pero me distraje, en esos días andaba tiesa y adolorida, y la palabra para describir mi estado físico, mental y emocional era/es esa, incómoda. Llevo unos meses, tal vez muchos, asumiendo una serie de cargas que no me corresponden, y lidiando con personas pesadas, enredadas, cizañeras. Tengo demasiada carga laboral y, además, la señora que me ayuda en la casa se partió un brazo y he tenido el doble de trabajo asumiendo las tareas domésticas. Como saben, tengo dos perros, y vivo con otras personas, y eso implica mucho trabajo en una casa. Me siento y me veo a mí misma mal encarada y algo ojerosa. Y me pregunto: - Nojoda, si yo que no tengo hijos, que tengo tantos privilegios, que no tengo marido, me siento así de mamada, ¿Cómo será una persona que después de jornadas monumentales de trabajo -como las que yo me sé pegar - llega a lidiar con una familia completica, con problemas de pareja, económicos, en fin? En fin... la vida misma. Y sí, me lo pregunto, ¿si yo que tengo tantos privilegios me siento así de incomoda cómo será la vida de otras personas?

Pero al mismo tiempo me hago esta pregunta, a raíz de una discusión que vengo teniendo con una amiga hace unos meses (y no en los mejores términos): ¿Mis privilegios invalidan mis preocupaciones, mis dolores, mi cansancio y mi opinión? ¿Por ser mujer blanca, bogotana, que creció en un estrato 5 y en un colegio de monjas no puedo manifestar mi cansancio, mi incomodidad y, en ciertos espacios, dar mi opinión?. Yo soy una persona empática, por eso hago lo que hago, porque me duele este puto mundo, por eso reciclo, como comida de La Canasta, recojo perros de la calle, y no consumo carteras ni diamantes. No lo hago por ser políticamente correcta, lo hago porque me da la gana y porque ajá. No viví 6 años en el pueblo Montemariano por esnobismo, lo hice porque mi vida tiene sentido aprendiendo de otras culturas y de otros contextos. Y ahora, que quiero vivir en Bogotá, en la pequeña Noruega Bogotana que es mi barrio, ahora que quiero comer rico y tomar vinito con mis amigos, ahora que me ha dado por comprarme un par de boticas, entonces ¿Por querer estar más cómoda estaré perdiendo la empatía? No creo, pero ajá.

Me siento incómoda y siento, además, que soy una mujer que incomoda. No soy la más simpática de entrada (y aveces tampoco de salida). De hecho, hace unos meses le dije a mi amiga Laura, hablando de una anecdota que vivimos en un carro en el que íbamos con una desconocida, que me había incomodado la preguntadera de la señora porque yo soy una persona antipática. A lo que Laura respondió que ahora muchas cosas tenían sentido para ella, porque sí, yo soy una persona antipática. Hago mala cara, soy medio bravucona, a veces no dejo hablar, expreso mi posición (y eso sí, cada vez más, y gústele al que le guste, y al que no de malas), digo lo que pienso, hablo duro, y así. En el trabajo no como callada, hasta que no entiendo algo no dejo de joder, no me arreglo bonito pa ir a reuniones (así mi mamá insista desde que tengo memoria), no quise seguir patrones y, sobre todo, no me gusta que me manden ni que me hagan reclamos. Hago lo que me da la gana hacer, cada vez más, y eso, como no, es incómodo, pal mundo, no para mí. 

Y ahora que lo escribo, encuentro en mis tripas una ligera sensación de alivio. Creo que buena parte de la incomodidad que he sentido muchos, pero muchos años de mi vida, es porque he querido complacer, o que me quieran, o caerle bien hasta al monaguillo de la iglesia donde nunca he ido, y no me he aceptado al 100% como soy. Soy una persona que se le  mide a muchas, pero muchas cosas incómodas, vivir y trabajar en el campo, andar a pie en barriales, mojarse, aguantar hambre, frio, calor y sed, aguantar dolores, trabajar en condiciones de riesgo, en fin, soy una mujer que es capaz de incomodarse por lo que cree y siento que mi dolor de espalda irá desapareciendo a medida que yo vaya entendiendo que no le tengo que gustar a nadie, y que no todos me tienen que querer, porque la única que tiene que aceptar y adorar esta humanidad que yo soy, soy yo misma. Acepto hoy que he aguantado mucha incomodidad, con mis malos maridos, con amigos, con mi familia, solo por complacer o por echarme cuentos chimbos sobre lo que se debe o no se debe hacer. Me he aguantado mucho menos de lo que aguantan otras mujeres, sin duda, porque he tenido la oportunidad de confrontar este estado de ánimo y tratar de aprender de el. No es fácil, es incómodo, pero paradójicamente, está siendo la cura para la mismísima incomodidad. 

Así que acepto lo incomoda que soy, a ver si dejo de sentirme incomoda conmigo misma. Y a ver si me deja de importar si la gente se siente incómoda a mi lado, y a los que se sienten cómodos, les reitero, siempre tendrán un lugar en mi mesa.

 





Comentarios

Entradas populares de este blog

El día de mi santo

Plenitud