Basura, residuos ...

Cuando viví en la costa me costó mucho trabajo entender el manejo de los residuos. En el pequeño pueblito en el que pasé un año antes de mudarme al Carmen no hay calles pavimentadas pues el caserio se construyó siguiendo el recorrido de las cañadas. Si bien en Montes de María no hay muchos cuerpos de agua permanente (no en la superficie), sí se forman arroyos temporales cuando llueve, de hecho, si los bosques están bien conservados, esos cauces son subterraneos y el agua puede "aflorar" si el equilibrio de conservación de la vegetación existe y lo permite. Como les contaba, las casas se "ordenaron" en función del paso de esos arroyos temporales, las cañadas, como les dicen allá. 

La cañada principal del pueblo es el lecho de un río de arena amarilla, blanca, dorada, muy fina, que en verano quema los pies y la retina. En invierno, es el cauce por donde corre el agua de las lluvias torrenciales que aparecen entre septiembre y noviembre. Una vez, en mis primeras semanas de vida en ese caserío, estaba en la casa que servía como oficina de los proyectos que desarrollamos - en la oficina  teníamos internet (pues, dos modems portátiles con los que se hacía lo que se podía), ventiladores de techo, una mesa muy comoda, agua fría, y hamadoras para hacer siestas - estaba allí trabajando, y cuando empezó a llover, todos corrieron para quedar del lado de sus casas, porque la cañada se "iba a crecer". Yo no daba crédito al monumental río con fuertes corrientes que se formó durante el aguacero. De verdad nos quedamos "atrapados" un par de horas en ese lado de la cañada porque no se podía cruzar. Llovió a cántaros. Por supuesto, se fue la luz y la señal de celular, y quedamos como detenidos en el tiempo, viendo llover, viendo el agua acumularse en la cañada, tomando fresco y sentados en las sillas plásticas al lado de la puerta. Es increíble, pero aún hoy, la lluvia paraliza a Macondo, porque ajá. Debo confesar, además, que es parte de las cosas que me encantaba de vivir allá, ver y vivir esa pausa en la vida, ver cómo la vida se detenía para ver (u oir) llover, y poder apaciguar el alma y el cuerpo con un poco de viento fresco. 

Estábamos en esa escena bucólica macondiana cuando el panorama cambió. De repente comenzaron a pasar bolsas de basura "navegando" en la cañada, eran cientos. La explicación que me dieron es que la gente aprovecha el paso del agua para que se lleve "el sucio" y que esa basura "abona" la cañada. ¡El más absurdo argumento posible!, ¡pero ajá!. La mayoría de esas bolsas tendrían muchos, muchísimos plásticos, pañales desechables, botellas, en fin, y probablemente casi nada de residuos orgánicos pues en todas las casas hay animales que se los comen. Así que de abono, nada, solo basura y más basura. 

La relación con nuestros residuos es algo que me obsesiona particularmente y que me cuesta mucho trabajo de entender sin criticar, sin dar lora y sin que me tiemble la ceja por la neura. Me parece que no ocuparnos de nuestros propios residuos es de los gestos más mezquinos que tenemos como humanidad . Yo hago lo posible por reducir al máximo los míos, y reciclo todo lo que puedo, lo mío y lo ajeno. Tengo 7 contenedores distintos en mi casa, escarbo la basura propia y ajena cuando veo una botella de plástico o una lata al lado de unas cáscaras de papaya, me angustia, me ofende, me emputa si les soy sincera que se mezclen como si fueran la misma vaina. Me parece ridículo que la gente no recicle y no separe sus residuos. Me parece un gesto hasta pasado de moda, no reciclar y separar en este momento de la historia es hasta una perdida de plata. Pero ajá, eso lo pienso yo, y no tantos más, porque si fuera así, tendríamos 70% menos de residuos en los rellenos como Doña Juana, y ni que decir del relleno del Carmen que parece la entrada al infierno de Dante. 

Una vez, cogiendo un avión en Cartagena para venir a Bogotá, me paró la policía para revisar mi maleta. Estaba llena de reciclaje, llevaba pilas oxidadas que recogía en las fincas, empaques y medicamentos viejos que recogí en muchas partes, desechos electrónicos, botellas de plástico rellenas de plástico. Los tipos no entendían, mi papá tampoco y mis hermanos, menos!. Fui el hazme reír de la familia varios meses cuando contaban la anécdota en almuerzos familiares. A ese nivel llega mi obsesión con los residuos. Estar en Bogotá me ayuda a llevar la vaina con más ligereza porque es una ciudad que ofrece muchas alternativas de reciclaje, acá, en realidad, ¡se puede separar todo! y eso me gusta! me alivia! calma mis neuras!

En Macondo, la relación con los residuos es muy distinta. Hacen parte del paisaje, es normal ver perros famélicos entre las bolsas pestilentes buscando huesos medio podridos para comer. Es normal ver las pilas de basura en las esquinas de los barrios, engusanadas y desagradables. A nadie le gustan, pero ajá, no pasa nada. Miles de veces he visto noticias sobre las limpiezas que hacen en las playas de Santa Marta, sobre todo en la desembocadura del Río Manzanares, donde se recogen neveras viejas, colchones, latas, innumerables cantidades de bolsas de basura, que la gente desecha así no más, cuando el agua sube, pa´que se lleve el sucio. La desidia con la basura me da angustia. Bogotá no está mucho mejor. Hay cantidades cada vez más grandes de escombros y basureros en las calles. Hace poco se viralizó un video de un par de empleados de un restaurante vaciando una caneca, sin bolsa, en pleno anden de la ciudad. ¿Por qué putas pasan estas cosas? 

La desidia, la desidia nos come vivos, y a mí las neuras al respecto me quitan años de vida. Pero siento que esto hace parte de nuestra desconexión con todos los aspectos de nuestras vidas. Todo en la vida tiene consecuencias, efectos. Las palabras que decimos, las cosas que hacemos o dejamos de hacer, no nos ocupamos de la cadena completa del ciclo de vida de nuestras acciones. Si no nos ocupamos de nuestra basura, que la vemos, cómo será de las "migajas" que no vemos? Hace un buen rato escribí una entrada en la que reflexionaba sobre las migajas que dejamos en el camino. Hay que ocuparse de ellas, o dejar ir algunas, porque ya se las llevaron las cañadas de los años y ya perdieron importancia. 

Yo, por lo pronto, aprovecharé mientras viva en Bogotá, y en un espacio que me permite separar residuos, para procesar lo que más pueda y procurar que todo tengan un buen destino. Ordenaré como mejor pueda los residuos de mi vida consumista en la pequeña Noruega en la que vivo, y procuraré que eso no me quite mucha calidad de vida, porque mi neura al respecto tampoco es tan sana. 


https://seguimiento.co/la-samaria/una-sala-de-basura-entre-los-escombros-que-escupio-el-rio-manzanares-26032#google_vignette




Comentarios

Entradas populares de este blog

Mujer incómoda

El día de mi santo

Plenitud