La ley del monte

Hace muchísimos años no venía de viaje a la selva. Trabajé muchos años, antes de mi vida en Macondo, en la Amazonía y la Orinoquía Colombianas, y de estos parajes, me moví pal Caribe. Hoy estoy en San José del Guaviare. Una tierra bella donde la selva debería ser la protagonista, pero como en muchos paraísos tropicales, acá no manda la biodiversidad sino la plata y los negocios, bien o mal habidos. Anoche me estaba tomando una cerveza para decantar el día, caluroso y trajinado, sentada con un amigo del trabajo en una tienda de esquina de la plaza. En este pueblo, me decía mi amigo, no se pierde nada, ponga ese morral en la silla que no le va a pasar nada, y si pasa, mañana lo tenemos completo. Me puso a pensar mucho en la sensación de "seguridad" que da la certeza de que acá existe un orden establecido para que no pase nada por fuera de las normas. ¿Cuáles son esas normas? nada muy distinto a las del lejano oeste de las películas de baqueros. Nada muy distinto a lo que uno lee en La Vorágine (que releí, con mucha dificultad, a propósito de su centenario). Nada muy distinto a los libros de Germán Castro Caycedo. Hace muchos años, en el 99, me leí El Alcaraván, cuando trabajaba y vivía en el Amazonas. Un día, por andar de juerga con mis amigos en Bogotá, me dejó el avión comercial en el que regresaba a Leticia, y me tocó aguantarme la mala cara de mi mamá todo el día, y con guayabo,  montarme a un avión de carga al día siguiente para poder llegar a mi trabajo. Viajé en un avión destartalado que sonaba como un jeep en carretera, y transportaba concentrado para pollos. Me envolví bien en mi hamaca y me senté lo más cerca que pude de la puerta, para recibir el fresquito que entraba porque esta no se ajustaba bien, y porque el olor de la carga era insoportable. Me acuerdo que aterrizamos en Yopal, a poner combustible, y de ahí hicimos un viaje eterno hasta Leticia donde llegamos mil horas después, mareada, asustada y cansada, pero maravillada por ese bosque continuo e interminable. 

Ayer aterricé en San José y me sorprende cómo nada cambia en la logística. Los aviones son solo cada día más viejos. Pero, eso sí, cada día hay menos monte. Ya no vi esas extensiones eternas de bosques conectados, vi más bien un mosaico de potreros y bosques fragmentados. Ayer estábamos tratando descifrar las claves para hacer unos buenos proyectos de turismo de naturaleza, y concluimos que hay unos temas culturales (como quien descubre el agua tibia) sobre la concepción del paisaje y la productividad de la tierra, que son un cuello de botella para la conservación. El Guaviare, en el imaginario local, es llano, no selva. En la realidad del paisaje, es selva, y debería seguirlo siendo. Pero los árboles caen cada día por millones y avanzan los bulldozers sin piedad en la frontera de grandes parques nacionales y resguardos indígenas. Y uno mira, desde esos avioncitos destartalados, cómo avanza la deforestación y cómo nos quedamos, minuto a minuto sin un tesoro, buscando plata con vacas y coca, que no cambian la calidad de vida de la gente.  

Pero quién es uno pa´ decirle a alguien cómo vivir o no su vida en un territorio tan agreste. Eso cómo se hace. Y la vida aquí no es agreste por el monte y los tigres (bien poquitos que quedan), es agreste por la ley del monte. Acá no manda nadie, pero en realidad sí mandan a la fuerza los actores en armas. Cómo se organiza la gobernanza local y regional en un país donde el 60% del territorio nunca ha conocido al Estado, y donde manda el más fuerte. La ley del monte es la que nos manda la parada, y así es berraco que las normas de ordenamiento territorial que dicta Planeación Nacional funcionen. Hay realmente una distancia enorme entre mis compañeros de juerga de la universidad (los mismos con los que estaba cuando perdí el avión hace 25 años), todos educados en las mejores escuelas gringas con sus posgrados caros y maravillosos, y la gente que vive en el Guaviare (o en Montes de María). Nos falta entender cómo putas se aplican en la práctica las maravillas que quieren hacer las leyes y las normas que no pasan del papel. No digo que no sean necesarias las directrices de los economistas que se inventan el orden de las cosas desde Bogotá, o Washington, o tomando un whisky en Londres. Allí hay muy buenas ideas y un conocimiento técnico que es indispensable. El tema es cómo nos vamos todos a la misma frecuencia de onda. Cómo hacemos. No lo sé. Cómo hacer para que las trochas no se sigan abriendo y convirtiendo en carreteras. Yo pienso que la selva sí debería ser inaccesible, pero el fin del mundo, que algún día fue el Chiribiquete, ya no lo es. Y eso lo pone en peligro, a esos bosques, las gentes y los espíritus que lo habitan. Me duele el pecho, pero ajá. 

Esas son mis reflexiones del día. Por ahora, me voy a ver reservas, a disfrutar el monte, sin encontrarme con su ley, espero. 




Me encanta esta película, y me encanta este apartado

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