El principio (y el fin) de Arquímedes

Esta mañana pensé en esta entrada, y también pensé que no la difundiría mucho. Aveces hago eso, escribo entradas que comparto con una o dos personas, aveces con ninguna, y aveces las publico en estados, con la intención de enfrentar mis verdades con el mundo, así me de vergüenza. Busco en ese gesto lanzar mis escritos al viento para tratar de demostrarme a mi misma que mis reflexiones no solo son mi nueva verdad, sino mi nueva realidad. Busco al publicar estos escritos hacer un acto de consciencia más real, casi que un acto de contrición. 

Ahora que estoy comenzando a escribir esta entrada, lo único que tengo claro, es que no seré yo quien le haga llegar estas palabras al señor que lleva el mismo nombre, y es simplemente porque ya no me importa que las lea. 

Agradezco profundamente el paso de Arquímedes por mi vida. Y ya no como quien agradece el paso del huracán Iota, ya no lo siento así, ya no lo vivo así. Lo agradezco porque mi relación con él me llevó a conocer el pozo más profundo en el que jamás he estado, ni siquiera con mi marido montemariano me vi tan mal y tan perdida. Nunca en mi vida me había sentido tan desdibujada y asustada. A este señor lo conocí por tinder (y fue el único), y desde el día uno él anunció lo que quería y lo que no. Y yo, que no sabía nada de mi misma, que no entendía cuan atrapada estaba en las trampas del amor romántico y del espejismo de la inmadurez y la inconsciencia del amor de Disney, me dije, pues nada, seguro tu vas a hacer que todo cambie. Y me embarque en una relación que parece escrita en manuales de psicologos y astrologos que le dirían a uno todo lo que NO se debe hacer. Me entregué, renuncié a mi, a mis principios, a mis gustos, a mi felicidad, todo para complacer y tratar (sin suerte, obviamente) de retener a esa persona a mi lado. Muchas veces lo dije, y tal vez lo escribí, que me sentía tan agotada como si estuviese tratando de retener el agua del Río Guatapurí con mis manos. Estaba triste, agotada, tratando de ser alguien que pudiera gustarle, que él aprobara. Mi vida se convirtió en el infierno de esperar mensajes, textos o llamadas, señales de aprobación o de amor, que yo calculaba desesperada, viendo cómo se escapaba de mis manos alguien que no quería estar. Y entré en un circulo vicioso de ir y volver, y terminar, y volver, y aceptar cada vez menos, y ceder cada vez más. Me vi, muchas veces, absolutamente desesperada, tratando de entender qué decir, qué hacer o cómo hacer piruetas para ser la más agradable compañía para sus estándares. Renuncié a mi, en muchos sentidos, y me llevé a mi misma a un lugar muy oscuro y muy triste. Lo bueno vino después, cuando decidí comenzar mis múltiples terapias, que han incluído toda clase de prácticas de bienestar y autonocimiento. He echado mano de muchas lecturas, he contado con la suerte de tener 4 terapeutas distintos quienes de manera paralela y haciendo magia en mi vida, me han indicado, cada uno en su estilo, cómo ir encontrandoME. He tenido la suerte de tener muchas amigas a mi alrededor, quienes, con infinita paciencia, amor y compasión me oyeron darle vueltas una y otra vez a los mensajes, a mis miedos, a mis angustias. He tenido la suerte de estar más cerca de mi familia y de vivir una buena parte de este proceso en Bogotá, caminando por calles conocidas y con mi gente más cerca. Esta mañana entendí que a ese lugar no voy a volver, gracias a todo este trabajo personal que resumiría tal vez en dos palabras CRECER y CONOCERME. Cuando uno entra en esas relaciones tan dañinas la vida tiene un único propósito y es llevarlo a uno a una incomidad tan profunda, que no haya otra alternativa que mirar para adentro, o no sé, morir en el intento. 

En mi caso, y por un pelo, o más bien, por un tiquete de avión que compraron Anita, Amada y Viviana, entendí que necesitaba ayuda y fui por ella. Esta mañana caminaba por mi barrio en una placidez que no sentía hace años, que tal vez nunca había conocido, y entendí que a ese lugar oscuro no iba a volver, o al menos no por las mismas razones. 

Cuando regresé a la casa después del paseo con mis perros, leí una hermosa columna de William Ospina sobre el poder transformador de los libros. De las pocas cosas honestas que compartí con el señor que se llama como esta entrada, fue el gusto por los libros, y por eso decidí compartirsela por Whatsap. Cuando la envié me di cuenta que, por primera vez, no me importaba si el mensaje era leído o no, así que borré ese chat, y todo ese registro, pues no me interesa ya verlo, y entendí que había llegado (por fin) el fin de la era de Arquímedes. Me gusta, hoy, pensar en su paso por mi vida con gratitud y desde la infinita placidez que siento en este momento. Esta mañana también entendí que los demonios y los malos momentos siempre van a estar presentes, pero que si uno decide hacer un trabajo real de conciencia, y entiende que la unica fuente de felicidad está por dentro, no hay nada ni nadie en el mundo que pueda perturbar esa paz. No hay felicidad más real que la que viene de adentro. Después llegó mi mamá a almorzar y este discurso se me embolató, pero bueno, vamos un paso a la vez. 

Me gusta mucho leer, me genera una sensación de paz y libertad muy agradables. Me gustan las historias, los mundos que descubro y los que invento. Me gusta lo que aprendo, y me gusta comprar libros, olerlos, verlos, regalarlos. Le regalé muchos libros a Arquímedes, más de los que merecía. Me robó un par, pero como dijo Anamayo, es más caro pedirselos que volver a comprarlos, así que ya está. 

El principio de Arquímedes dice: «Un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo experimenta un empuje vertical hacia arriba igual al peso del fluido desalojado», mejor aún en la versión de Les Luthiers (minuto 4´27), todo cuerpo que se sumerge en un líquido experimenta un empuje de abajo hacia arriba igualando el peso del líquido desalojado. Doy fé de que, cuando me sumergí en la era de Arquímedes, pensé que me iba a ahogar, pero mi propia fuerza me llevó hacia arriba, y ese fue su fin en mi vida, empujarme para poder ser, cada vez más, mi mejor versión. 

La foto que escogí es reciente, me siento cómoda y feliz con quien soy hoy. Por un día no me voy a quejar de mi, soy hoy mi mejor versión. Y escojo una foto con un libro, porque los libros, también, me han salvado la vida.



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