Los Kodama de mi jardín


Hace muchos años, Mauro, mi primer marido, me introdujo en el mundo de Studio Ghibli. Le agradezco eso, entre otras tantas cosas bonitas que dejó en mi vida. Una de las películas que más me ha gustado de ese estudio es "La Princesa Mononoke", en la que salen estos curiosos y bonitos personajes, los Kodama, espíritus guardianes del bosque. No me acuerdo tanto de la trama de la película, recuerdo fragmentos y, sobre todo, sensaciones, emociones. Las películas de Misayaki me parecen, en general, historias complejas, con muchos personajes y mensajes poderosos. De La Pirncesa recuerdo a esos seres silenciosos con caras no tan expresivas que habitaban y cuidaban los bosques.

Hoy me acordé de la película porque estuve todo el día en mi casa, ocupandome de mis cosas, de mis perros, mi nevera, mi comida, mis cuadernitos. Revisando los colores, los mandalas, los libros, tantas cosas que constituyen esas herramientas de autocuidado que atesoro. También me ocupé de mis plantas, pero en particular, del jardincito zen. El patio del apartamento donde vivo hoy en día es muy grande, y seguramente antes estuvo destapado y tenía pasto. Se ve que en algun momento el verde se redujo a una porción de todo el espacio y lo separaron con una reja. Yo la mantengo cerrada para que mis perros no entren, y me he dedicado, en los meses que llevo acá, a sembrar todo tipo de plantas, porque quisiera verlo completamente cubierto de verde, una selva, como sugirió Eulalia. En el jardín zen tengo filoendros, varias enredaderas, bambú, jade, rosas, lirios de flores naranjas, un mirto, cuatro helechos. He dedicado buena parte de mi tiempo a cuidar y hacer crecer ese jardin. El piso tiene unas piedritas blancas, y puse una mesita con unas cuantas suculentas, y un par de imágenes del buda que me gustan. Por las noches, cuando puedo estar en mi casa y me siento en paz conmigo, me gusta sentarme allí a contemplar. Desde ese jardín que crece me observo. Me gusta poner algún mantra o música de ese estilo para concentrarme en esos minutos de contemplación. 
Todo eso suena lindo, pero no pasa con tanta frecuencia, y realmente no sé por qué. Seguramente por los viajes y la cantidad de trabajo que me implica - muchísimas veces - jornadas extenuantes de más de 15 horas pensando y pensando en otros bosques. Tal vez esos bosques, e imaginar que de alguna manera los estamos cuidando, es la razon por la que no he mandado todo a la mierda, porque el trabajo me está sobrepasando últimamente. 

Volviendo al jardín, y al ejercicio del día de hoy, les contaba que me ocupé de mi jardín zen, porque hace rato no lo hacía, y está completamente invadido por un piojo (mosca blanca, piojo, no termino de identificar qué es). Al echar agua con la manguera volaron sobre mi cara cientos de estos bichos horrorosos que se están comiendo mis plantas, y ya me mataron un geranio y el romero. Ya los había visto, y llevo un rato batallando con ellos, pero entre los viajes y mis jornadas eternas, el animalito ocupó el espacio que yo no estaba cuidando, y está afectando, mucho, mi jardín zen. Mientras pensaba en cómo sacar al bicho, vi mis budas y mi altarcito verde y lo sentí triste. Me di cuenta que hacía semanas no ponía allí una lucecita, ni algo de música, ni me sentaba yo misma allí a contemplarme. Me di cuenta que hace rato no ocupo el espacio del jardín zen y que mis pequeños Kodama, los que cuidan mis plantas, que estoy segura que los hay en mi pequeño jardín, llamaron hoy mi atención al no hacerse cargo de la plaga que está amenazando mis plantitas. Así que le puse agua a presión con la manguera a las hojas de todas las plantas (perdón por lo del gasto de agua), saqué algunas hojas secas, ordené, limpie los budas, puse una vela, prendí un palo santo y me senté a pensar en mí. Me comí uno que otro piojo de esos en el momento, pero estaba decidida a volver a poner allí mi luz y mi energía. Hice el ejercicio de recuperar, primero desde el pensamiento, mi jardín zen. Sonará hippie y charro, pero así lo viví, y así soy. Esta soy yo, la mujer que se ocupa de cuidar su jardín y que no pierde del todo la esperanza en que se pueden salvar las selvas donde viven otros Kodama, y otros espíritus amazónicos de los que, seguramente, mi amado Luis Cayón puede hablar mejor que yo. 

Tener un espacio de este tipo en Bogotá es un privilegio que no quiero perder mientras viva en esta ciudad. Por eso escogí este apartamento, porque me gusta habitar espacios amplios, ponerlos lindos, llenarlos de plantas y de mi energía. Me encanta que a esta casa llegan siempre amigos y familia, y que muchísimas tardes y noches la mesa de mi cocina está llena de comida y gente del alma. También están mis perros, mis plantas y los kodama. Y pensé que lo que pasa con los piojos pasa en la vida misma. Cuando uno se desenfoca de los lugares importantes de su propia vida, estos se llenan de telarañas, de piojos, de polvo, de sombras. Es entonces cuando se hace necesario volver a ponerles luz, llenarse de todas las herramientas posibles, nuevamente echar mano de los cuadernitos, los mandalas, las lecturas, las amigas, la música, las meditaciones. Hay que volver a poner luz en lo que uno realmente quiere, y no conformarse con menos. Hay que andar el camino donde nos sentimos en paz y a gusto, sin aguas tibias ni medias tintas. Hay que andar los caminos acompañados de quienes nos quieran con fuerza, sin dudas. Ya no dudo (tanto) de mi misma y eso me ayuda a volver a mí más rapido, para poner luz en lo que realmente quiero. Afortunadamente, cada vez el camino es más corto y menos culebrero. 

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