Domingos

Hace unos años le conté a mi papá que yo padecía ese síndrome, horrible, de la angustia de domingo. Él no sabía de qué le estaba hablando, pues, al parecer, nunca le pasó. Desde ese día en adelante, y hasta su muerte, me llamaba los domingos entre las 5 y las 6 p.m. a verificar que estuviera bien. Hay gente que dice que la angustia de domingo está asociada a las cargas del trabajo, a las múltiples tareas pendientes, al estrés que nos genera comenzar una nueva semana haciendo, probablemente, cosas que no nos gustan, que no necesariamente escogeríamos.

Hoy me encuentro en Lima, haciendo algo que usualmente no hago, estar en la calle después de las 5 pm un domingo. Dormí una buena parte del día, no tenía mucha energía para moverme. Supongo que es una acumulación de cansancio, tensiones y el achante propio de los duelos. En los últimos seis meses se fueron mi prima Cata y mis tíos Lucia y Roberto. Entre otras despedidas no menos significativas. Decidí salir porque tenía hambre y ganas de comer algo reconfortante. Así que acá estoy, enfrentando de otra manera mi angustia de domingo, frente a un plato de una comida rica en calorías. Habría podido irme a ver con amigos, pero decidí no hacerlo, escogí pasar el día sola, porque necesitaba el descanso y la introspección. A pesar de tener la sensación de la angustia de domingo en las tripas, me siento de alguna manera un poco menos agobiada que en otros momentos de mi vida. 

La decisión de no salir los domingos la tomé cuando no soportaba ésta angustia y necesitaba sentirme refugiada y segura. Mis sobrinos lo saben muy bien, Harry Potter fue el gran alivio para mis angustias de domingo por años. Me encerraba en mi casa, veía alguna de estas películas y así encontraba algo de paz. También, hace años, tomé la decisión de no hacer esos paseos de fin de semana que implican estar a esta hora, un domingo, en un trancón entrando a Bogotá, o a donde sea. No lo hacía ni en París, en la medida de lo posible. Pero durante una temporada la tortura del domingo allá era que tenía turno, en el restaurante donde trabaje por años, los domingos de 6 a 11 pm. Cuando hacía mucho frío no iba un alma, y nos quedábamos Kanga, el cocinero, y yo, haciendo limpieza, conversando, viendo nevar en el Sena. Pocas veces nevó en París mientras viví allá, pero cuando pasó, fue casi siempre mientras estaba en la Galerie 88. Yo me tomaba una copa de vino o una tajada de torta de limón, mientras Kanga llamaba a su familia en SriLanka. Viéndolo, o mejor, leyendome, suena a una queja burguesa bastante ridícula, pues la verdad es que nunca me ha pasado nada terrible un domingo. O tal vez si, al menos para una niña pequeña que esperaba desesperadamente poder ver a su papá. Los detalles serán la nota al pie para la siguiente sesión de terapia. 

Los domingos son un día triste, rico y extraño para mí. Tampoco me gustan particularmente los almuerzos familiares, pero la verdad es que por muchos años disfruté en las dos casas de abuelos esos encuentros familiares multitudinarios que se hacían, casi por regla, los domingos. Se comía bien, veía a mis primos, jugaba, mis abuelas me daban platica para las onces, era lindo. A raíz de la muerte de mi tío Roberto mis primas decidieron hacer unos cambios importantes que implican, después de muchos años de su muerte, cerrar la casa de mi abuela paterna. En un gesto de hermosa generosidad nos enviaron al chat de los primos la fotos de Miles de objetos, fotos, diplomas y recuerdos de nuestra historia familiar. Las mandaron para que cada uno escogiera lo que quería conservar. Hice mi tarea en la distancia y, más antojada de lo que debería; pedí una olla de fondue, y unas copitas de cristal re viejas, muy bonitas. Cada uno de mis hermanos, mi mamá y mis primas, recogieron las cositas que escogieron de esa casa que aveces era intocable. Entre las cosas más bonitas, me correspondió una foto de mi finada tía Fanny. Se cierran ciclos, y eso es importante, aunque triste, porque nos aferramos a la nostalgia y los recuerdos de lo que ya no es. 

A pesar de tanta nostalgia y tanta vaina que me atraviesa hoy, entrego todo, todo, al universo. Hace años aprendí que no se puede aguantar el agua del rio guatapuri con las manos y que lo más fácil es dejar que la vida fluya como quiere y debe. Sin Juzgar, sin aferrarse, sin esperar nada. Entregarse a la vida en paz. Tal cual es.

La foto que escogí para esta entrada, sin permiso de mis primas, muestra a mis Tíos Julio (que murió hace años) y Stella en la casa de la abuela que está por cerrarse. Muchos recuerdos, muchos buenos domingos, así que la vida también ha Sido bella y generosa en este día de la semana que aveces pesa tanto. Hoy es domingo, y este día también ha Sido un regalo. Aceptar la vida con lo que viene, sin juzgar, a nada ni a nadie. Que la vida fluya como tenga que ser.




Comentarios

  1. Yo también sufro de ese mal, siempre pensé que era por qué en el colegio generalmente no había hecho las tareas y me tocaba el Domingo por la noche correr a hacerlas y eso me generaba está angustia. Que buenos recuerdos tenemos de tantos lindos momentos en familia. En el cielo estarán celebrando juntos ese reencuentro.

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