35 personas contra el mundo


Esta entrada será larga y enredada, lo sospecho. Comencé a escribirla hace ya varios días, luego de terminar un viaje a la selva, lugar maravilloso donde no iba hace mucho tiempo, al menos no a uno de esos pueblos remotos dónde por años pasé casi todos mis días y mis noches. Desde el día que comencé a escribir esta entrada, y hoy, han pasado muchas cosas en el mundo. Se posesionó Trump, y en dos semanas nos cambió mucho la vida. No solo hemos visto cómo desmantelan una industria de la que por años hemos vivido miles de personas (pasarán de 10 mil a 240 empleados, solo en USAID, sin contar las empresas y miles de ONG que operan sus recursos), haciendo el bien, o el mal, eso está por verse, pero se acabó una era ante nuestras miradas atónitas. Como si fuera poco, y tras el fin de Usaid, llegaron las noticias del fin de la cooperación de varios países que dedicarán esa platica a fines bélicos. Era de esperarse, el nuevo orden mundial así lo requiere - según ellos -. Todo parece indicar que no solo Mercurio, sino Plutón, Júpiter y Neptuno están "retrogrados".

En estos días, y también en vivo y en directo, se desplomó ante los ojos de los colombianos el gobierno progresista por el que apostamos (ingenuos o no) algunas personas que creíamos que serían capaces del cambio. Mis amigos que aún creen en este presidente me perdonarán, pero después del desafortunado nombramiento de Benedetti en este gobierno, yo perdí la poquita esperanza que me quedaba. 

Además de las locuras de los presidentes de turno, también he visto cómo se desmoronan otras cosas ante mis ojos, ya no tan incrédulos. Entendí por fin que ya no tengo 20, que debo pintarme las canas, que el camino sí que es culebrero, que un romance nunca es eterno, y que la incertidumbre sigue siendo la constante en la vida. 

El año pasado hice unos planes que, por alguna razón, se truncaron, y hoy pienso que tal vez fue para bien. Una mudanza habría sido tal vez muy precipitada. Pero, si hubiera pasado así, seguramente otras serían las reflexiones. Lo que sí confirmo es que uno hace unos planes, pero la vida siempre tiene otros. La felicidad y la tranquilidad radican en aceptarlos y vivirlos con gracia. Yo, sinceramente, de gracia poco. Me han dado ataques de angustia por pensar en el futuro, no solo el mío, el de miles de amigos que se quedaron sin trabajo, miles de personas en Macondo y el Amazonas que recibían estos recursos en forma de múltiples ayudas para sus negocios, para visibilizar sus derechos, u ofreciendo almuerzos y transporte a los que trabajamos por allá. Pero bueno, respiro, tal vez si (como me dijo Glenda) tengo más herramientas para afrontar este momento.

Como les decía, hace unas semanas estuve en la selva y comencé a escribir esta entrada. Hoy la retomo porque, otro amigo, me hizo caer en cuenta que dejar este ejercicio de escritura es un gesto de abandono de mi misma.

En el viaje que les cuento estuve revisitando lugares donde no creí regresar, pero, uno vuelve siempre a los sitios donde está lo que uno ama de la vida ...

Aquí engancho con el texto que escribí hace un mes...

Esta población está ubicada en la frontera, en Perú, y se vio muy afectada por la pandemia del COVID. Tras ese desastre, y para reactivar la economía, el gobierno nacional lanzó un programa de reconstrucción que incluyó una cantidad de obras de infraestructura. Casi la totalidad del pueblo está pavimentado, tiene electricidad, telefonía y, gracias a Ellon Musk (ser mezquino), tiene internet de la mejor calidad. Eso, en este lado de la frontera (es decir en Colombia), no se ha visto, ni se verá. Acá en Colombia, comenzando por mi querido Macondo, estamos acostumbrados a caminar entre Barriales que no son solo de aguas lluvias. Convivimos con la desidia y las aguas negras sin objeción. 

Alrededor de este pueblo hay comunidades indígenas dispersas, también diezmadas por el COVID. Como en el mejor momento de la conquista, El Putumayo siempre ha Sido una tierra de nadie, pero siempre ha sido de los pueblos indígenas. Si embargo, han sido sistemáticamente explotados y esclavizados en las fiebres del caucho, del palo rosa, del oro, de la coca, de las pieles, en fin... No hemos sido capaces como humanidad de dejar que esta gente viva en paz. Pero, eso sí, nuestras vidas en las cómodas ciudades dependen de ellos y de su cuidado de estos bosques. Porque así el señor naranja y sus secuaces lo nieguen, en el bosque tropical más extenso del mundo (casi 8 millones de kilometros cuadrados de selvas continuas, la Amazonía Noroccidental) alberga la regulación del clima, los medicamentos de las próximas pandemias, el oxigeno del mundo, el agua de Chingaza, y la belleza de lo divino (algo que no nos merecemos como especie). 

La entrada se llama 35 personas contra el mundo porque tuve la fortuna de conocer a un joven, Enrique, que vive junto con 34 personas, la mayoría niños, en una pequeña comunidad en esta selva, de esa que aún es espesa y parece un brócoli desde el aire. Estas personas, que se oponen a la construcción de una vía que, según otras visiones, traerá progreso y mejorará la economía, son los únicos oponentes a ese proyecto que partirá la selva en dos y marcará un camino de no retorno. Uno no es quien pa juzgar cómo debe vivir la gente, yo preferiría que esa vía no se construya nunca, pero es muy probable que ese proyecto por fin se ejecute y que mandemos abajo años, siglos, de biodiversidad y cultura. La vida es así. Al menos en este momento.

Con el fin de Usaid se frena la ayuda al desarrollo. Lamentablemente, eso implica un retroceso en la financiación de políticas sociales, la defensa de los derechos de las minorías, del enfoque de género, de tantas cosas que hoy en día tenían espacio en las agendas políticas mundiales. 

Ahora siento que caeremos de nuevo en manos de señores feudales que haran con nuestras pinches vidas lo que se les de la gana, y que veremos cómo retrocede el mundo en garantía de derechos.

Quizás sea una oportunidad para comenzar a hacer estos cambios con recursos propios, no monetarios. Recuerdo que durante mi vida en Montes de María el momento en el que más avanzamos en los procesos de transición agroecológica, fue cuando no teníamos millones de dólares de la cooperación y acudimos a trueques, intercambio de experiencias y otras iniciativas interesantes. Volvamos a ser hippies, no sé si podría renunciar a todos mis privilegios, pero si sé que no me gusta el rumbo que está tomando el mundo. 

35 personas contra el mundo entero y sus delirios de grandeza. No sé qué podemos hacer por ellos. Ni por nosotros. Son tiempos extraños. En todo caso, hasta se anuncian meteoritos, si esto no es la distopia, no sé qué pueda serlo.

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