La forma del agua
Hace muchos años, años que en un momento de mi vida pensé que no iban a pasar nunca, fui a Cartagena con Jahel (quien fue, es, una amiga entrañable) y con mi marido montemariano. En uno de mis intentos por alejar a Javier de su destino y A mi del mío, me lo llevé a rastras a que me despidiera. Yo tenía que venir a Bogotá y él se quedaba "solo" en la casa, lo que implicaba en realidad días de mucha angustia para mí porque él se veía con otra persona. No fueron momentos bonitos, y no por él o ella (que era realmente insoportable) sino por mi y mi manera de vivir esa situación. Yo, en ese momento, vivía desde el apego esa relación, no quería soltarlo, ni que se viera con la otra, en fin... me resistia a la realidad y eso genera mucha angustia y sufrimiento. El viaje que les menciono incluyó una parada en cine a ver La forma del agua. Recuerdo que yo tenía la maleta grande encima y que veníamos acalorados del viaje en bus desde el pueblo, pero a Javier le encantaba el cine, y a mí también, así que decidimos entrar. Allá nos encontramos con Jahel. Recuerdo que lloré como pocas veces en mi vida viendo esa película, porque, ese día entendí que Javier pertenecía a otro mundo, que respirabamos aires distintos y que yo no podía forzarlo a vivir en un ambiente en el que no pudiera respirar y ser libre, y sobre todo, libre de mi. Ahora, con tiempo, distancia y años de terapia encima, entiendo también que la que se estaba forzando a vivir en un medio ajeno era yo. Que ninguno de los dos era libre, y que eso no era amor. Eso era una novela mala, un chismerio de pueblo malsano y una necesidad de protección por las condiciones del entorno.
La última escena de esa película resultó tan conmovedora para mi que lloré por días. Me fui a Bogotá y cuando regresé al pueblo, ya estaba en el aire el chisme: la "otra mujer" de Javier estaba embarazada. Yo no entendía mi vida sin él - y tampoco sin Jahel - en ese momento de mi historia Ella me contuvo, me escuchó con paciencia (como todas mis amigas en ese momento, no lo estoy desconociendo), estuvo cerca, estuvo muy presente y se encargó de empacar la casa que yo no fui capaz de desbaratar y de mandarla en un camión a Bogotá unos meses después de la devastadora noticia, que ahora entiendo como una verdadera bendición para mi vida. En esos meses, entre el chisme del embarazo no confirmado, la salida de Javier de la casa (porque le pedí que se fuera aunque yo rogaba porque no lo hiciera), me resistí a la realidad, luche contra la vida como se estaba presentando, sufrí y lloré, y en medio de todo ese drama, me conocí. Y Jahel estuvo a mi lado en cada minuto de esos días.
La amiga más cercana a mi vida en ese momento era Jahel. Por años fue la única lectora de este blog, y ahora creo que ni lo abre, es más, ya ni se lo mando. No hablo con ella nunca, no sé nada de su vida, y no sé si volveremos a vernos. La vida es así. La gente entra y sale de la vida de uno y se cumple la ley de la transitoriedad de la que nos hablan los budistas. La gente cumple importantes misiones en la vida de uno, y luego ya no está. Jahel ocupa un lugar especial en mi historia y respeto con amor y gratitud su distancia. Así como respeto, agradezco y celebro que Javier no haga parte de mi vida. La persona que soy hoy no podría estar con él. La persona que es él hoy no podría estar conmigo. Y la vida es simplemente perfecta.
Impermanencia, transitoriedad. Con esos dos principios en mente construyó ahora mis relaciones. O al menos lo intento.
Hoy celebro mi cumpleaños número 47. Ayer me tomé el día en mi casa, sola, sin perros, sin familia, sin amigos. Pasé el día conmigo misma. Descanse mucho y me vi nuevamente la película de la que les hablo en esta entrada. Volví a llorar, me volvió a conmover. Es una bella historia, con colores extraños y bonitos, y hace mención a una criatura sagrada Amazonica que fue capturada y después de una historia de amor, liberada y redimida. La película es bellísima y me trajo gratos recuerdos. Recordé esa noche en Cartagena con dos personas que amé y que hoy no están en mi vida. Releyendo la entrada, confieso que me da algo de vergüenza contar un episodio de mi telenovela personal que parece tan banal en este momento, pero en ese entonces lo era todo, esa historia me nublaba la existencia y yo no veía, ni entendía nada por fuera de ese drama. Jahel me dijo, muchas veces, que añoraba el día que yo viera lo que ella veía, y eso lo he contado, y ya ha pasado desde hace un buen tiempo. La persona que vio la película hoy no es la misma de hace unos años. Y el río en el que estará nadando el Dios de colores brillantes de la película tampoco es el mismo. Nunca nadamos dos veces en las mismas aguas (a menos que lo hagamos en Piscilago).
A las 12 prendí velitas en honor a mi misma. Me siento agradecida con la vida por un día más, por las personas que hoy están presentes, por Anita que ha celebrado conmigo más de 40 cumpleaños, por Tatiana que ha celebrado conmigo casi 44 años seguidos, por los que ya se murieron, y por los que fueron pasajeros en tránsito. Todos los somos en la vida de alguien. Como dice un meme que veo cada rato por ahí: cuando entres y salgas de la vida de una persona, cierra la puerta con cariño. Así procuro hacerlo, no siempre lo he logrado. Habrá personas que me odien y otras a las que habré también lastimado. Procuro no hacerlo pero me ha pasado, y sobre todo lo he hecho conmigo.
Trataré este año de honrar mi vida con cuidados hacia mi misma. Me voy a dar cariño y amor del bueno. Me voy a cuidar y haré lo posible por no hacerme daño.
Gracias por un año más de Karen. Gracias por tanto amor que me rodea.
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